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Con tristeza leía la semana pasada en la prensa, cómo un grupo de feministas intentó quemar en Méjico diversos monumentos e iglesias católicas cuando marchaban por exigir mayor laxitud por parte de la legislación mejicana al aborto.
El derecho a la protesta es casi un derecho universal en los regímenes democráticos; gracias a él grupos minoritarios adquirieron notoriedad y lograron posicionar sus temas en la agenda pública; la igualdad de los afrodescendientes en Estados Unidos y la lucha gay en gran parte del mundo son ejemplo de ello; anteriormente lo fueron los derechos sindicales y hasta la lucha por el voto femenino. A pesar de que en casos puntuales había desmanes, los actos que están ocurriendo en Méjico y la semana pasada en Colombia, son simple vandalismo y se acerca al terrorismo urbano; estos terminan por perder el apoyo popular, se desdibuja el mensaje y termina por ser aprovechado por los mismos grupos de izquierda, que se alimentan del caos.
No se entiende muy bien la lucha feminista en distintos países, pero su mensaje de odio, el maltrato al español y la reivindicación de derechos que ya poseen, no parece tener un mensaje sensato; es cierto que falta mucho por hacer en temas de equidad, pero no es exactamente en Occidente; resulta serio el problema en países musulmanes o en regímenes dictatoriales como el de Corea del Norte: allí a diario se violan de verdad los derechos de millones de mujeres, pero curiosamente ningún movimiento ha hecho protestas así de violentas frente a mezquitas, ninguna ha quemado el Corán, tampoco se leen las denuncias por los casos de prostitución a las que son sometidas tantas mujeres en Cuba o se oyen protestas por las mujeres que ven morir a sus hijos en Venezuela.
No, las acusaciones que se leen son frente a una iglesia católica que ahora sabe muy bien poner la otra mejilla, son frente a regímenes democráticos en los cuales pueden trabajar, tener familia y hasta privilegios como el de Colombia en cargos públicos. Que luchen, reivindiquen, pero dañar ciudades y agredir a hombres por el mero hecho de su género no lleva ningún mensaje contundente; en cambio, a donde se deben dirigir brillan por su ausencia; tal vez porque conocen las consecuencias en el caso de los musulmanes y frente a otros países simpatizan con su trasnochada ideología.
El vandalismo, en cualquier situación, vale el dinero de los contribuyentes; un cálculo hecho por el periódico El Tiempo, señalaba que en 20 grandes paros el país perdió $9 billones; las fachadas y los monumentos serán remodeladas con el mismo dinero público por el que tanto protestan los estudiantes. Mientras tanto, los más afectados, la clase trabajadora, seguirán esperando horas en el tráfico con los bloqueos, pagando de sus impuestos los daños y antes de luchas feministas querrán llegar a su casa a estar con sus familias.