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Colombia, un país de rica biodiversidad y paisajes diversos, enfrenta un delicado equilibrio entre la protección ambiental y el crecimiento económico. Si bien el discurso ambiental es crucial, la urgencia de abordar los desafíos económicos no puede subestimarse; el país ha experimentado un crecimiento económico más lento en comparación con sus competidores regionales. Este crecimiento se ha sustentado principalmente en dos sectores: el petróleo y el carbón. Irónicamente, estos son los mismos sectores que el gobierno actual ha atacado con mayor vehemencia en un intento de posicionarse como líder en la lucha contra el cambio climático y la contaminación ambiental.
Según un estudio de IQAir, Colombia ocupa la posición número 75 entre 134 países en términos de calidad del aire, basándose en la concentración de partículas PM2,5, las cuales son perjudiciales para la salud. Si bien es loable querer mejorar la calidad del aire y reducir la contaminación, el país debe considerar su contexto económico y sus necesidades inmediatas.
El petróleo y el carbón no solo son pilares de la economía colombiana, sino que también son cruciales para la estabilidad fiscal del país. Las reservas de petróleo estimadas para siete años y la falta de nuevas exploraciones son señales alarmantes de un futuro incierto para este sector. Por otro lado, el carbón, aunque desestimulado por razones ambientales, sigue siendo una fuente importante de ingresos y empleo.
En un escenario ideal, Colombia debería diversificar su economía y buscar fuentes de energía y producción más sostenibles. Sin embargo, la transición no puede ser abrupta ni desconsiderada de las realidades económicas actuales. La economía colombiana no puede darse el lujo de desatender sus principales fuentes de ingreso sin haber asegurado alternativas viables y sostenibles.
En lugar de adoptar una postura ideológica que podría resultar perjudicial a corto plazo, Colombia necesita un enfoque más pragmático que equilibre el desarrollo económico con la sostenibilidad ambiental. Este equilibrio es crucial para evitar una crisis económica que podría tener consecuencias devastadoras para la población.
Es necesario fomentar nuevas exploraciones de petróleo y mejorar la eficiencia de las explotaciones actuales. Al mismo tiempo, se pueden implementar estándares más estrictos y tecnologías limpias para minimizar el impacto ambiental. La transición hacia otras formas de producción económica debe hacerse de manera gradual y bien planificada. Sectores como el turismo, la agricultura orgánica y las tecnologías limpias ofrecen oportunidades, pero requieren tiempo, profesionales capacitados y capital para desarrollarse.
Ya es hora de que el gobierno colombiano pase de un discurso ideológico a acciones concretas después de dos años. La sostenibilidad ambiental es una meta noble y necesaria, pero debe abordarse de manera que no comprometa el bienestar económico de la nación. En vez de demonizar los sectores que actualmente sostienen la economía, el enfoque debería estar en mejorar sus prácticas y reducir su impacto negativo mientras se construyen las bases para una economía más diversificada y sostenible. Colombia no puede permitirse desmantelar su actual estructura económica sin tener una alternativa robusta en marcha. Es como querer financiar un Ferrari mientras la casa se está cayendo: las prioridades deben ser claras y alineadas con la realidad del país.