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Desde hace más de 50 años el mundo viene teniendo una transformación en donde paulatinamente en los países la tecnocracia se ha ido imponiendo como el mejor método para gobernar, los especialistas que se han preparado para un tema son reconocidos como los idóneos para estar en los altos cargos de gobierno.
Michael Sandel, en su último libro, hace una acertada crítica a la famosa meritocracia y también a la tecnocracia, con razón señala que desde 1980 el enriquecimiento mundial se ha detenido para concentrarse en unas pocas manos, con el agravante que los gobiernos ven con buenos ojos el monopolio de la riqueza, pero la mayoría del pueblo sigue descuidado. Para poner un ejemplo, en Estados Unidos 1% de las personas concentra 37% del total de riqueza y en Rusia llega a 56% según Credit Suisse Global Wealth.
El sueño americano se volvió una ideal de múltiples países, la idea de que cada uno sale adelante y puede romper la brecha de pobreza generacional se convirtió en un discurso, pero sobre todo en un convencimiento de las élites, en donde la riqueza se merece por lo conseguido y quienes no la obtienen es culpa suya. Esta situación según el autor lleva a ciudadanos egoístas que creen no deberle nada a la sociedad y en donde pueden pasar por encima de los demás sencillamente porque se lo merecen.
El gran peligro de esta situación es que nadie se hace solo. Cada persona que triunfa le debe su suerte a su propia capacidad, pero también a un conjunto de libertades, privilegios y hasta condiciones genéticas que trajo, entre otras cosas, el azar. Creerse merecedor de todo lo que se tiene conlleva inmediatamente al desprecio de los menos favorecidos, con el agravante de que parte del mundo lo tolera, pues en la cabeza de muchos está que los técnicos deben estar en el gobierno y temas importantes como el bien común pasan a un segundo plano.
Con lo anterior, este resentimiento, aunque lento crece, solo basta que llegue un populista a decirles a todos aquellos desfavorecidos que no es culpa de ellos sino de las clases sociales o del Estado, para que los indignados se vuelque a reclamar cambios con las nefastas consecuencias que se conocen.
Es bueno comenzar a pensar que tal vez tanta tecnocracia no le ha sentado bien a la democracia, el ver a los ciudadanos como meros dígitos desvirtúa la misma naturaleza del pacto social. Aristóteles más que muchos otros pensadores tienen razón en que el gobierno está sobre todo para pensar en el bien común y aquello conlleva la responsabilidad de darle un cargo moral al arte de gobernar, por lo tanto no puede tener ningún viso de corrupción, la comunicación con los gobernados debe ser fundamental y la lucha contra la pobreza debe ser una prioridad.
Se ve incierto el panorama en Colombia, pero debemos reconocer que todos tuvimos algo que ver, detrás de cada burla a los menos favorecidos, de un salario mal pago y de una obra mal hecha está el germen que cultivó la entrada del populismo.