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La revolución francesa estuvo marcada por los ideales de la igualdad y la libertad; dichos anhelos sirvieron para el nacimiento de diversas constituciones y marcaron una identidad cultural para casi todos los Estados venideros; con el tiempo se fueron añadiendo otros elementos y tal vez el más importante es el de los derechos fundamentales.
Tales derechos fueron reconocidos en 1948 por las Naciones Unidas y son de obligatoria incorporación para todos los países que hagan parte de ella; allí se reconoce que todos los hombres nacen iguales y libres, poseen unos derechos inalienables por el solo hecho de ser hombres. Aquella lógica disposición fue llevada más allá, inicialmente por el Estado alemán, al hablar de los derechos sociales, económicos y culturales, los cuales se gozaban por el hecho de vivir en comunidad y contemplaban, entre otros, la vivienda digna, la educación y la salud. Esta conquista por dignificar de nuevo al ser humano se trasladó principalmente al Estado: este debía garantizar el cumplimiento de todos los derechos y con ello, financiarlos.
El socialismo fue hábil al aprovechar este auge y, valiéndose del eterno deseo de las personas por tener siempre más privilegios y garantías, ha llegado al poder para probar con hambre y sangre que simplemente no funciona. Los privilegios y las garantías realmente los ofrece el trabajo del capital propio, no el Estado, que debería dedicarse simplemente a trabajar por los derechos fundamentales; todo lo demás son garantías que no funcionan porque dentro de los compromisos firmados se olvidaron de algo verdaderamente esencial: los deberes.
No es posible vivir un derecho fundamental sin el deber de respetar la vida del otro, no es posible tener acceso a la Justicia sin el deber del Estado por impartirla; por ello molesta y duele ver los deberes de las personas y del Estado olvidados. Si nos concentráramos en el ejercicio de los deberes antes que respetar tanto derecho social, es posible que un país garantista como Colombia marchara mejor.
Un Presidente que pretenda una reforma tributaria debería primero recortar el insaciable gasto burocrático; las Cortes, antes de garantizar excesivamente los derechos de los terroristas y asesinos que terminan burlándose de las instituciones, deberían impartir justicia; las personas, antes de criticar el emprendimiento privado y exigir más derechos para los trabajadores, deberían primero crear al menos algún empleo para saber la situación de los emprendedores.
El rescate de los deberes es una forma de quitarle el discurso a la izquierda que solo habla de derechos sociales, algunos imposibles de cumplir porque pasan por la destrucción del sector productivo, para regalarlo. Curiosamente el discurso garantista ha terminado por menoscabar el principal ideal por el cual nació todo: la libertad. Los ciudadanos se volvieron dependientes de todo lo que el Estado pueda ofrecer, pero se olvidaron de los deberes que ellos deben cumplir.