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El expresidente Juan Manuel Santos, en una foto en la U. de Harvard, señaló que su primera lección a los estudiantes será: siempre hagan lo correcto, no lo popular. Haciendo alusión a su baja popularidad al salir del gobierno, pero dejando un proceso de paz en marcha.
Se dice que los estadistas piensan en el bienestar colectivo a pesar de su imagen; un buen ejemplo serían los ajustes macroeconómicos que deben hacerse a pesar de lo que opinen los ciudadanos, como es el caso de subir las tasas de interés, gravar bienes para desestimular el consumo del cigarrillo, por ejemplo, o simplemente para recaudar más dinero.
El problema radica en que estamos en una democracia y gobernar de espaldas al pueblo solo lo hacen dictaduras; el pueblo que cada día se informa más y su manipulación por medios tradicionales es casi una utopía, toma posiciones; por tal, el antiguo presidente, a pesar de la enorme pauta publicitaria, gozaba de los niveles más bajos de imagen. Entonces, gobernar solamente con sus creencias es un camino a la tiranía, pues el ego enceguece y lo correcto y el querer se confunden. Tanto Mao Zedong con su programa que mató millones de chinos de hambre como Fidel Castro que esclavizó todo un pueblo, coinciden en algo: creían hacer lo correcto.
¿Debe, entonces, un gobernante hacer caso siempre al pueblo? No; el mejor ejemplo es Pilatos que condenó un inocente para congraciarse con las gargantas embravecidas de la gente. El gobernante debe oír el clamor, pero no puede estar como una veleta, pues gran parte de su mandato consiste en ejecutar medidas que conduzcan al bien común y no por ello debe favorecer lo que pidan siempre. Leyes como la del aborto, la segregación o, incluso, la esclavitud, tuvieron arraigo popular en su momento y hoy, gracias a un buen gobernante, la gente cayó en cuenta del error que existía en la época. Un elemento crucial en el cual se debe tener independencia es el de la economía.
En este tema que afecta a todos, las personas tienden a ver solo por su bolsillo, los gremios reclaman solo para ellos, los sindicatos no ven más allá de sus intereses y es el gobernante el encargado de velar por todos; así lo correcto en esta materia no siempre sea lo popular; como lo que ocurre con los subsidios, eliminarlos garantiza la estabilidad y el sostenimiento de un país a costa de muchos puntos en las encuestas.
Una medida de estas sí es correcta a pesar de la popularidad. Pero una paz mal hecha, la mermelada legalizada, la producción de coca disparada e incluso un joven como Lorent Saleh entregado a una dictadura de hecho como la de Venezuela, jamás pueden ser ejemplo de lo correcto sobre lo popular; esta frase sencillamente resulta una forma de defender el ego.
Debe por tanto un buen gobernante saberse rodear, escuchar y dejarse aconsejar; solo así mantendrá el equilibrio entre la tiranía de su orgullo y el clamor de las mayorías.