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Me encontraba en una junta, cuando un amigo, con el peso que traen los años, dijo lo siguiente: en la vida he aprendido a estar contento haciendo lo mínimo, en mi conjunto pago la administración cumplidamente y asisto a las reuniones, es lo mínimo; en las juntas participo en todas las convocatorias y aporto mi punto de vista, así con muchas cosas de mi vida logro sentirme satisfecho.
El mundo en su onda positivista cada día nos invita a dar lo máximo en nuestras vidas, trabajo, etc. Pero olvidamos a veces en dar lo mínimo, por pensar en dar todo, olvidamos lo básico. Dar el mínimo en la familia es estar presente en las fechas especiales, saludar y despedirse, mantener aseado su espacio personal y ser responsable con los deberes del hogar; es lo mínimo y a veces por pensar en lo máximo o lo óptimo se olvida lo básico.
Como ciudadanos, lo mínimo es no colarse en las filas, respetar las normas de convivencia, no botar basura a la calle, pagar los impuestos y evitar la corrupción en la vida diaria; Colombia es muy crítica con la corrupción y aparece en segundo lugar como prioridad en las últimas encuestas electorales. Sin embargo, la corrupción comienza con los estudiantes cuando se copian en los exámenes, con los conductores que intentan sobornar un agente de tránsito o con las personas que buscan siempre una palanca para conseguir un puesto.
El Gobierno habla a menudo de hacer todo lo posible, pero debe volver a preguntarse qué es lo mínimo; primero, debió hacer un ajuste de cuentas, lo mínimo era saber cómo estaba el país después de ocho años de un gobierno; después, lo mínimo era hacer un recorte burocrático del Estado, se intuye que las finanzas van mal, pero antes de pedirle a los contribuyentes, hay que arreglar la casa. Lo mínimo es que el país vuelva a tener un discurso y saber el presidente qué desea para estos cuatro años, no bastan buenas intenciones, se necesita también comunicar y sentir la acción ejecutiva. El Congreso también debería pensar en qué es lo mínimo que debería hacer por Colombia: llegar a tiempo a las sesiones, asistir a todas y pensar, antes que en sus puestos, en el bienestar de todo un país, dejar de lado los acuerdos con mermelada y ojalá pensar en acuerdos programáticos; no es lo máximo que pueden hacer, pero sí lo mínimo que deberían ante el compromiso y los sueldos que devengan.
A nivel económico se debe pensar en cuántos son los mínimos subsidios que se pueden tener, cuáles son los impuestos básicos que debe haber y pensar en soluciones a largo plazo y no solo por los siguientes cuatro años.
Pensar en lo mínimo tal vez nos organice como sociedad, y así, en vez de planear dar todo por una causa, se comience a dar poco, pero haciendo lo necesario en cada actividad cotidiana. Vale la pena pensar qué es lo mínimo que debo hacer en mi familia, en mi trabajo, por mi ciudad y por mi país.