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Hace unos días en una ceremonia oficial, el presidente Macron de Francia, fue abordado por varios estudiantes; de ellos un joven lo empezó a llamar: “Manu” y a cantar el himno socialista; el presidente, visiblemente molesto, se acercó y lo corrigió diciendo: “Estás en una ceremonia oficial, así que compórtate como debe ser. Puedes hacerte el imbécil, pero hoy hay que cantar la Marsellesa... Me llamas señor presidente de la República o señor, ¿vale? Y finalizó diciendo: “Muy bien y haces las cosas en orden. El día que quieras hacer la revolución aprende primero a tener un diploma y a alimentarte por ti mismo, ¿de acuerdo?
La juventud, dice un adagio popular, es el único defecto que se cura con la edad; época en que se anhela, se aprende, se crece y se sientan las bases del futuro, pero con ella también vienen la indecisión, rebeldía y los extremismos, fruto de un mundo por descubrir; por ello en esa edad se tienen tantas peleas: con la autoridad, entre amigos y con la familia; gracias a ella, ideas retrógradas como la del socialismo tienen un gran asidero.
Es curioso cómo dicho sistema ha sido una y otra vez desvirtuado por los hechos; sus creyentes al llegar al poder, desbaratan el aparato productivo y conducen una sociedad a la miseria, sin embargo, sus defensores siempre alegan que algo faltó o no se implementó bien.
Y los jóvenes que no vivieron y no saben de sus consecuencias, ante las ideas románticas de la igualdad, la repartición de la riqueza y el supuesto gobierno del proletariado, visten sus atuendos rojos y lucen camisetas como la del Che Guevara.
En las pasadas elecciones Gustavo Petro superó los ocho millones de sufragios, logrando una votación histórica para la izquierda; entre sus principales seguidores se encontraron precisamente los jóvenes que, según encuestas previas, lo apoyaban más del 48%; su participación fue notoria en redes sociales y también su agresividad.
Muchos en Colombia le achacan ese gusto por la izquierda de los jóvenes a Fecode, que a través de los profesores les inculcan ese cariño por lo imposible; otros a la ignorancia y falta de conocimiento de la historia. Sea quien fuere el culpable, la conclusión es que hay todo un trabajo que hacer con este segmento de población.
La pasión de la juventud no puede desperdiciarse en ideas absurdas; debe ser canalizada en pro de sacar primero una profesión y después para valerse por sí mismo; solo hasta ese momento se comienza a entender la utopía del socialismo, pues antes que las ideas políticas es el funcionamiento de la economía el que ha terminado desvirtuando una a una sus ideas.
De no hacer ese trabajo, apoyado por los jóvenes, terminará llegando un presidente de este talante y, así como ocurre en Nicaragua y Venezuela, la juventud, que con tanta agresividad lo apoyó, volverá a salir a las calles, pero pidiendo su dimisión y esta vez será con sangre como se pague su error.