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El brillo seductor del éxito rápido y el poder enfrenta a una sociedad con profundas crisis de valores y corrupción. La ética, una disciplina fundamental que debería forjar ciudadanos conscientes y responsables, ha sido relegada en los currículos académicos de muchos países. En Colombia, este retroceso es evidente: la ética se imparte como una materia secundaria, y en las universidades se toca de manera superficial. Sin embargo, la realidad de nuestra sociedad demuestra la imperante necesidad de fortalecer la ética como pilar de nuestro desarrollo y de nuestro accionar individual y colectivo.
El filósofo estadounidense Michael Sandel, en sus lecciones de justicia y ética, se ha convertido en una voz de autoridad sobre la urgencia de recuperar la integridad moral en la toma de decisiones. Sandel plantea que, sin ética, el ser humano no solo pierde su esencia, sino que corrompe y deshumaniza su entorno. En otras palabras, la falta de ética no solo afecta a quienes actúan sin ella, sino que daña a todo lo que tocan. Sandel argumenta que, sin principios éticos en nuestra vida cotidiana, terminamos justificando los actos de corrupción, discriminación, y abuso de poder que terminan siendo reflejo de una sociedad en decadencia.
Este fenómeno se ve en Colombia, donde la llamada “malicia indígena”, entendida como la habilidad de actuar con astucia y ventaja, se ha convertido en un valor más celebrado que el buen proceder. Esta conducta, que algunas veces se justifica como “sobrevivencia” o “inteligencia”, a menudo raya en el engaño y en la falta de integridad. Y lo que es más preocupante, muchos colombianos no solo ven este tipo de actitudes con normalidad, sino que las aplauden. El daño de esta mentalidad es profundo: crea una cultura que tolera y normaliza la corrupción desde las pequeñas acciones cotidianas hasta los grandes actos de malversación en los cargos públicos.
Estadísticas de corrupción en Colombia revelan la gravedad del problema. Según el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, en 2023 Colombia se ubicó en el puesto 91 de 180 países, con una puntuación de 39 sobre 100, donde 0 es el nivel máximo de corrupción. Esta cifra refleja un estancamiento en los últimos años e indica una aceptación social del problema; En la práctica, la corrupción ha pasado de ser un problema denunciado a ser un mal tolerado o incluso defendido cuando conviene.
Este panorama se agrava cuando observamos la política actual. En las campañas políticas, especialmente en la oposición, se promueve una retórica que condena la corrupción de manera vehemente. Sin embargo, cuando el poder es alcanzado, la narrativa cambia y, en muchos casos, los mismos actos de corrupción que antes eran criticados se justifican o minimizan. Para Sandel hay esperanza si la ética comienza a enseñarse desde la niñez y comienza a involucrar a los estudiantes en debates y situaciones de dilemas reales que fortalezcan su capacidad de discernimiento moral. Solo así, se logrará evitar que los ciudadanos piensen solo en sí mismos, sino en el bienestar colectivo.
La solución a la corrupción en Colombia no es sencilla ni rápida. Sin embargo, un camino posible es trabajar en los más pequeños, fomentando una mentalidad ética que contrarreste la normalización de la “malicia indígena”. Necesitamos un cambio cultural que valore el buen proceder y rechace el engaño, el fraude, y la corrupción en todas sus formas. La ética debe volver a ser un eje central en la educación y en la vida de los ciudadanos, pues, sin ella estamos destinados a degradar todo lo que tocamos.