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Hace unos días, en una conversación con un amigo que había llegado de Estados Unidos, me encontré con una realidad que tristemente se ha vuelto común. Al preguntarle sobre el Huracán Milton, su respuesta me dejó atónito: “Todo eso es un invento de los medios para que la gente compre más cosas”, dijo con convicción.
Este amigo trabaja en un Home Depot en Miami y, según él, los últimos días la tienda había estado abarrotada de gente comprando suministros, alimentando su teoría de que la cobertura mediática del huracán era un truco comercial. La sorpresa no terminó ahí. Al cambiar el tema hacia las elecciones, su respuesta fue aún más perturbadora: “Trump se va a robar las elecciones, como la vez pasada, y va a acabar con la democracia”. Cuando le pregunté de dónde obtenía esa información, su respuesta fue tajante: de internet, porque ya no confiaba en los medios tradicionales, a los que acusaba de seguir una agenda política. Según él, no era parte del “rebaño”.
Esta experiencia es un reflejo de un fenómeno más amplio, en el que millones de personas en todo el mundo han optado por desconfiar de las fuentes de información tradicionales y, en su lugar, basan sus creencias en noticias que encuentran en internet, muchas de ellas falsas. Los algoritmos de plataformas como Meta, al identificar las preferencias de sus usuarios, refuerzan estas creencias al sugerir más contenido similar, creando una cámara de eco donde la desinformación se convierte en la norma y las personas se ven atrapadas en una burbuja de información sesgada.
El caso de mi amigo no es aislado. Las noticias falsas han alcanzado niveles alarmantes en todo el mundo. Un estudio de MIT reveló que las noticias falsas tienen 70% más de probabilidades de ser compartidas en redes sociales que las verdaderas. Este fenómeno no solo es preocupante por la rapidez con la que se difunden, sino también porque afectan más a ciertos grupos demográficos; Los adultos mayores, como mi amigo, son especialmente susceptibles a la desinformación.
Según un estudio de Pew Research Center, los adultos mayores de 65 años tienen cuatro veces más probabilidades que los jóvenes de compartir noticias falsas en plataformas como Facebook. Esto se debe, en parte, a que muchos de ellos no crecieron en un entorno digital y carecen de las herramientas necesarias para discernir entre fuentes confiables y aquellas que buscan desinformar.
Los peligros de este fenómeno son múltiples. En las democracias, la difusión de noticias falsas puede llevar a la desconfianza en el sistema electoral, como se vio con las elecciones en Estados Unidos en 2020. En el ámbito de la salud, las consecuencias pueden ser letales, con el rechazo a las vacunas o los tratamientos médicos convencionales en favor de curas milagrosas promovidas en internet.
La solución no es sencilla, pero debe comenzar con la educación y el fomento de un pensamiento crítico. Las personas deben aprender a distinguir entre fuentes confiables y aquellas que propagan desinformación. Las plataformas digitales también tienen una responsabilidad en este proceso; No se trata solo de moderar el contenido, sino de cambiar los algoritmos que perpetúan la desinformación. Pero, al final del día, la responsabilidad recae en cada uno. Debemos aprender a formar nuestro propio criterio y no conformarnos con lo que las redes nos ponen frente a los ojos; la era digital nos ofrece un acceso sin precedentes a la información, pero también nos enfrenta a un reto mayor: discernir entre la verdad y la mentira.