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La viveza, de la cual solemos hacer alarde los colombianos, se ha convertido para muchos en un símbolo de nuestra idiosincrasia; con ella se suele sortear difíciles situaciones y lograr objetivos sin importar pasar por encima de quien sea.
La famosa malicia indígena, la define el antropólogo Yoro Yotto como: el aprovecharse de la inocencia del otro para mi propio bienestar. Según este especialista, la frase pudo acuñarse en la viveza de los indígenas para evadir los cultos religiosos cristianos, cambiando sus ídolos por nombres de santos y así continuar con sus rituales, engañando a los españoles.
La frase fue siendo apetecida por los colombianos y se convirtió en sinónimo de viveza; incluso las películas de antaño antes de que se popularizaran las del narcotráfico, resaltaban dicha condición en el colombiano; tal es el caso del taxista millonario o el embajador de la india.
Desafortunadamente esta habilidad para el engaño no deja nada bueno. La que nació para burlarse de los españoles terminó siendo un objeto de burla para nosotros mismos.
Hoy el irresponsable cree que con triquiñuelas puede hacer cualquier cosa; nada más en el primer semestre de este año iban más de 17.000 casos de fraude electrónico registrado; los “vivos” en los últimos años han robado a miles de personas con sus pirámides y la “avivatada” también permea las esferas públicas; hay políticos y mandatarios que se creen más “vivos” que los ciudadanos; por ello improvisan, no usan estudios previos, creen que se las saben todas y terminan incurriendo en detrimento patrimonial.
El “vivo” no suele responder por sus actos; lo irónico es que muchos lo aplauden, al alumno que supo engañar al profesor, al que pudo meter gol con la mano, al que robó y pagó pocos años de cárcel. En el fondo, una cultura acostumbrada a la injusticia termina celebrando cuando la justicia sigue sin operar.
Lo grave es que a la “malicia indígena” nos terminamos acostumbrado y por ello vemos con extrañeza determinados comportamientos extranjeros; es común oír hablar de la inocencia gringa y esta, que debería ser una virtud por destacar, se termina convirtiendo en objeto de burlas o estafas; casos como los cobros excesivos en taxis, restaurantes o en las playas son una triste realidad.
Colombia debe empezar a entender que los atajos en la vida no funcionan. La “viveza” termina operando contra nosotros mismos; es una malicia, pero del subdesarrollo y en vez de aplaudir estos actos de corrupción debemos empezar a condenarlos; el cambio comienza por admirar y practicar virtudes como la resiliencia y el trabajo bien hecho.
El colombiano en su casa no puede seguir tolerando al “vivo”, debe inculcar los valores del emprendimiento y la disciplina. Lo triste con el avivato es que finalmente a quien engaña es a sí mismo, su entorno termina por conocerlo y la mayoría de veces termina solo; nadie quiere a su lado alguien que se crea más que los demás.