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Hace poco una amiga ponía en redes foto de su nuevo perro adoptado, decidida por la causa animalista recogió un “peludito”. Resultó al menos curioso, que, al publicar su evento en redes, casi al unánime le dijeran que fue el animal quien la escogió y debía estar agradecida por ello.
Los animales hasta hace unos años eran entendidos como seres al servicio del hombre; la modernidad ha traído que se les señalen algunos derechos, más allá de los deberes de guarda para el cuidador que trae el código civil. Movimientos enteros se han conformado alrededor de los animales y su relación con los seres humanos ha mutado de manera rápida, a ser hoy en día parte de la familia. Los defensores a ultranza quieren llevarlos a una categoría similar a la de seres humanos, prohibiendo cualquier explotación y comercialización de sus derivados, en los casos más extremos quieren prohibir hasta el alimento provenido de los animales; otros más racionales, entienden a los animales como algo más que una mera compañía y dedican tiempo y grandes sumas de dinero a estos amigos.
La economía en torno a las mascotas crece de manera sostenida. A nivel mundial los países de mayor consumo son Estados Unidos, China y Brasil. El mercado en el primer país asciende a US$41 millones y a nivel mundial es de US$95.000 millones según la feria internacional del animal.
En Colombia según el estudio de Kantar Worldpanel, la economía colombiana está moviendo casi $1 billón anuales en todo el consumo de mascotas; el boom ha sido tal que se piensa abrir un hotel cinco estrellas siguiendo las tendencias de algunos lugares del mundo; el mayor consumo se encuentra en el segmento joven y 65% es dirigido a perros.
Que la gente gaste su dinero y mueva la economía libremente es correcto, cada uno es libre de invertir y pasar su tiempo como mejor le parezca, también lo es la gran cantidad de negocios que surgen alrededor. El problema viene cuando intentan imponer ese gusto y esa visión a los demás, como el intento por aprobar una ley en Colombia que obligue a los establecimientos a recibir mascotas, o cuando parte del gasto estatal se dirige a un segmento que merece todo el cariño pero que no puede estar por encima de las personas, más en un país donde niños se encuentran en situación de abandono y se van a dormir sin comer.
Culpa de todo esto es la moda de volver sujetos morales a los animales, ellos que deben tener todo el cuidado, no son sujetos de obligaciones, por lo cual, una mordida de un perro se le imputa la culpabilidad al dueño y es él quien responde, no la mascota.
Equiparar los animales con los seres humanos es afectar su especie y denigrar al hombre, la razón no puede quedar a un lado y estos movimientos extremistas en torno a ellos les terminará haciendo daño; no perdamos el contexto: la persona siempre va a escoger su mascota, no es el animal quien elige con quién irse.