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Medellín ha logrado transformarse en un ejemplo internacional de renovación urbana y resiliencia social. La ciudad, que durante años estuvo atrapada bajo la sombra oscura del narcotráfico y la violencia, hoy se posiciona como un destino preferido para el turismo de negocios, eventos culturales, conciertos internacionales, y una oferta gastronómica y hotelera en constante expansión. No es casualidad que, según cifras oficiales, Medellín haya recibido más de 1,4 millones de visitantes internacionales en 2023, registrando un crecimiento de 27% en comparación con 2022, consolidándose como uno de los principales motores turísticos de Colombia, incluso compitiendo con la tradicional Cartagena.
Sin embargo, en medio de este progreso notable y esta imagen positiva que Medellín proyecta al mundo, persiste un problema grave que afecta profundamente la reputación de la ciudad: el turismo sexual. Un amigo italiano que visitó la ciudad el mes pasado, mencionó, con sorpresa, que desde que salió del aeropuerto en el recorrido hasta el primer túnel de camino a la ciudad, se encontró con al menos tres vallas publicitarias promocionando explícitamente clubes nocturnos y sitios para adultos, con mensajes que sugieren claramente la prostitución. Esto no es un fenómeno aislado ni menor; es el síntoma visible de una problemática profunda que afecta directamente la percepción internacional sobre la ciudad.
El Parque Lleras, emblemático punto turístico y gastronómico del Poblado, también refleja este problema. Durante años fue símbolo del ocio sano, punto de encuentro para turistas y residentes. Hoy, lamentablemente, es escenario frecuente de explotación sexual y prostitución, con una oferta evidente y normalizada, a la vista de locales y extranjeros.
Mientras los ciudadanos y autoridades locales repudian fuertemente la imagen negativa que generó el narcoturismo del pasado, este fenómeno agarra fuerza. Faltan más voces que reclamen, organizaciones ciudadanas movilizadas y gremios empresariales comprometidos que exijan una regulación clara y efectiva; La Secretaría de Turismo ha promovido campañas para fomentar el turismo responsable, pero estas han sido insuficientes.
Según estudios de la Corporación Espacios de Mujer, aproximadamente 35.000 personas están involucradas directa o indirectamente en actividades relacionadas con la explotación sexual en Medellín, siendo más de 70% mujeres jóvenes y muchas, tristemente, menores de edad. Esta problemática, lejos de ser un simple inconveniente de imagen, es una violación sistemática de los derechos humanos.
Es esencial promover los aspectos positivos del turismo en Medellín: sus museos, la transformación del centro histórico, el arte urbano de la Comuna 13, los festivales culturales, los conciertos y eventos internacionales, y la riqueza natural de sus alrededores. Pero mientras persistan fenómenos como las vallas promocionando la prostitución desde el mismo ingreso a la ciudad, todo esfuerzo queda incompleto.
Si Medellín quiere continuar proyectándose como un destino de primer nivel internacional, debe asumir con seriedad esta problemática. Medellín sí, pero no así; La solución no solo depende del gobierno local, sino de una verdadera movilización ciudadana y empresarial, que le apueste a una ciudad que brille por sus logros culturales, empresariales y sociales, y no por la normalización del turismo sexual. Medellín tiene la oportunidad de convertirse en un ejemplo internacional, pero primero debe confrontar con valentía y responsabilidad esta problemática.