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En una reciente declaración, el presidente Petro decía que Colombia era un país en donde una mala palabra no solo polarizaba, sino era capaz de producir una muerte.
No es noticia ya la muerte en Colombia. A pesar de las diferencias que se pueda tener con el mandatario hay que reconocer que las palabras del presidente tienen razón. Todos hemos vivido la violencia incluso cuando se conduce un automóvil, un cierre a otro carro trae probablemente una mala palabra y aquella puede terminar en una pelea que incluso ha traído la muerte, como ocurrió hace unas semanas en Santander.
Pero con el diagnóstico claro ¿Cuál puede ser la salida a una cultura de 200 años de violencia? El nombre de la paz es la justicia decía el Papa Pablo VI, y tal es el mejor comienzo; el país pide a gritos que a los corruptos se les castigue, que los criminales paguen por sus fechorías, que se pueda caminar por una calle sin la sensación de un atraco próximo, que no existan delincuentes de cuello blanco. Según el índice de impunidad de la Universidad de Puebla, 57% de departamentos en Colombia se clasifica en un grado alto o muy alto de impunidad y solo 9% se encuentra en un nivel bajo. Ello y más con propuestas de pagarles a los delincuentes por no delinquir es mal camino; se debe reformar la justicia para que opere, ese es el primer paso.
La justicia es el punto de partida, pero el siguiente escalón es la solidaridad y el respeto por el otro. Esto se enseña primero en la casa y después en el colegio, ojalá en la más tierna infancia. El cambio ético debe pasar necesariamente por las escuelas públicas y privadas, allí está la semilla. Por lo tanto, la segunda gran reforma tiene que ser en materia educativa y no para enseñar más contenido académico sino para intensificar en ética y valores, de nada sirve un buen ingeniero si se acostumbra a robar a los demás; es más valioso un ciudadano solidario que entiende la necesidad del prójimo que un buen profesional que sólo vela por su interés a costa de pasar por encima de todos. Pululan los ejemplos en donde políticos y empresarios se burlan de sus empleados y hasta los roban; esto debe parar; las relaciones basadas en la fuerza nunca han establecido la justicia de manera verdadera.
Lo anterior se debe plasmar. Incluso las redes sociales; en ningún lado impera tanto la violencia como en la virtualidad; el anonimato esconde los deseos viscerales de muchos y esa violencia en algún momento termina reflejada en la vida diaria.
La paz total vuelve a ser tema en el país, con un diagnóstico muy claro por parte del nuevo gobierno; sin embargo, esto se puede quedar en mero discurso si no se atiende la justicia y la educación, el perdón y la conversación deben pasar por esos dos pilares; en Colombia solo existirá realmente paz cuando se aprenda a convivir con la diferencia y una palabra contraria no lleve a una polarización o a la muerte; la paz en conclusión tiene que ser el resultado del respeto por el hombre.