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En las últimas semanas, el gobierno ha sufrido un tropiezo tras otro. La paz total no ha salido como se esperaba y las reformas fundamentales se han ido hundiendo en el Congreso. La pregunta que se hacen los colombianos es: ¿hacia dónde vamos?
Por lo general, los gobiernos tienen una luna de miel al inicio de su mandato con el Congreso. De manera gradual, presentan reformas fundamentales y establecen una ruta con el plan de desarrollo. Esa brújula es discutida y acordada, por lo que durante el primer año suelen salir las principales reformas del nuevo presidente.
Sin embargo, todo lo anterior necesita una ruta clara. Al parecer, el presidente planea ser el gran reformador al presentar seis importantes reformas: la tributaria, electoral, salud, laboral, pensiones y justicia. Al mismo tiempo, habla de la paz total a la cual ha dedicado tiempo y dinero desde que inició su mandato, estableciendo mesas de diálogo con el ELN y el clan del golfo.
Para que las reformas sean aprobadas, es necesario llegar a puntos en común y, sobre todo, a consensos. La actitud terca de aprobar una reforma a la salud sólo con los planteamientos de la ministra a cargo y amenazar con marchas o retiros si no se aprueba íntegramente, conllevó a la debacle. Igual suerte corrió la reforma electoral y, de seguir sin buscar consensos con los gremios y los partidos, todas las reformas estarán destinadas al fracaso.
Los acuerdos razonables son fundamentales para fortalecer la democracia. En un sistema democrático, es necesario que las distintas fuerzas políticas puedan expresarse y ser escuchadas. Si el Ejecutivo impone un proyecto de ley sin puntos en común, se corre el riesgo de debilitar la democracia y generar un clima de polarización política que dificulte la gobernabilidad.
Por otro lado, la paz total ha estado en la mente del mandatario desde la campaña, pero los hechos demuestran que dicha intención viene únicamente por parte del presidente y su equipo de gobierno. Negociar con terroristas como los del ELN plantea muchos problemas, pero sobre todo dos: el primero de ellos es que dicho grupo convive con el narcotráfico y es difícil ofrecerles la reincorporación civil sin que ganen legitimidad y poder. El segundo es que, al parecer, no es un grupo unido y se duda de que sean capaces de cumplir las promesas que acuerden en una mesa de diálogo. El ELN ha demostrado que con las negociaciones ganan tiempo, pero siguen delinquiendo. El gobierno, debe ser muy claro acerca de hasta dónde está dispuesto a ceder y cuáles son los límites que no se deben traspasar. Mientras tanto, los terroristas del ELN siguen traficando y matando soldados.
El presidente Petro lleva apenas unos meses y tiene tiempo de corregir, pero sobre todo, de dejar claro cuál es el rumbo que quiere para el país, ya sea como reformador o como promotor de la paz total. Necesita abandonar posturas y funcionarios tercos, porque en el fondo, lo importante es que le vaya bien a Colombia.