Tribuna Universitaria 11/04/2025

Vacíos de amor

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política
JUAN MANUEL NIEVES
La República Más

La Semana Santa, conmemoración central del calendario cristiano, recuerda cada año el misterio pascual de Cristo: su pasión, muerte y resurrección; En países como Colombia, por influencia de la tradición hispánica, suele dársele más peso al Viernes Santo -día del sacrificio- que, al Domingo de Resurrección, el cual en realidad es clímax del relato cristiano, sea cual fuere el origen es una semana de descanso, pero que también mucha gente utiliza para la reflexión.

En el relato católico, el amor, no es accesorio, sino esencia del cristianismo. San Juan lo expresa con nitidez: “Dios es amor”. Y no es un amor abstracto, sino concreto, encarnado en la persona que para los creyentes es Jesús, quien “amó hasta el extremo”.

Desde esta perspectiva, no se puede comprender plenamente al ser humano sin entenderlo como un ser hecho para amar y ser amado. El amor -en sus múltiples expresiones: fraterno, conyugal, filial, solidario- no es un adorno emocional, sino una necesidad antropológica; estudios recientes del Harvard Study of Adult Development, el más extenso sobre la felicidad humana, concluyen que las relaciones humanas sanas y amorosas son el factor más determinante en una vida larga y plena, por encima de la riqueza o la fama.

Sin embargo, en plena era de la hiperconexión, el mundo enfrenta una crisis silenciosa de afecto. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, publicado en 2023, más de 30% de la población mundial experimenta niveles significativos de soledad o aislamiento social; En Reino Unido, se estima que 3,8 millones de adultos se sienten solos “a menudo o siempre”, al punto que en 2018 el gobierno creó un Ministerio para la Soledad y en Colombia un informe del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Dane, indica que, en 2023, alrededor de 15% de las personas mayores de 60 años viven solas.

La carencia de amor no es un fenómeno individual: tiene consecuencias sociales; la falta de vínculos afectivos en la infancia puede derivar en trastornos de personalidad, sociopatías, depresión e incluso adicciones; niños con bajo apego emocional tienen hasta un 60% más de riesgo de desarrollar conductas antisociales en la adolescencia.

No es casualidad que en medio de esta crisis afectiva crezcan los discursos de odio, la polarización y los conflictos bélicos. En 2023, se contabilizaron más de 200.000 muertos en el mundo por algún tipo de conflicto bélico, el ver al otro como enemigo y dejar de verlo como persona, hace que la empatía desaparezca y con ella, la posibilidad del diálogo y la reconciliación. Cuando el otro deja de ser un ser humano digno de amor y se convierte en una amenaza, es más fácil justificar la violencia, la exclusión o incluso su eliminación. Así, el corazón humano, desprovisto de compasión, se vuelve terreno fértil para el resentimiento y la crueldad. Las guerras no comienzan con las armas, sino con la ruptura del lazo invisible que nos une como miembros de una misma familia humana. Por eso, restaurar el amor -como actitud, como principio y como práctica- no es solo un ideal espiritual, sino una necesidad urgente para la supervivencia de la civilización.

El amor no es debilidad; es fuerza. Es lo único capaz de redimir, sanar y reconciliar. En un mundo que se asfixia por la falta de afecto verdadero, el mensaje de la Semana Santa cobra un profundo valor si se contempla como una afirmación: el amor es más fuerte que la muerte. Vivir sin amor -sin darlo ni recibirlo- es, en cierto modo, una forma de morir en vida. Por eso, una buena práctica en estos días puede ser acompañar a quien está solo, hacer una llamada o, aún más valioso, reconciliarse con quien se está distanciado.