Analistas 21/02/2025

¿Y si todos hacemos lo mismo?

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política
JUAN MANUEL NIEVES
La República Más

Cada día, un adulto toma más de 300.000 decisiones, según diversos estudios. Estas decisiones abarcan desde lo más trivial, como elegir qué comer o qué ropa ponerse, hasta decisiones de mayor envergadura, como ir a estudiar o al trabajo. Sin embargo, no todas las decisiones implican un juicio moral; La moralidad entra en juego cuando debemos discernir entre lo correcto y lo incorrecto, evaluando las implicaciones éticas de nuestras acciones.

Un famoso dilema moral que se discute en numerosas charlas es el dilema del tranvía. En este escenario, un tren se dirige a atropellar a cuatro personas, pero uno tiene la posibilidad de accionar una palanca que cambiaría el curso del tren, matando solo a una persona en lugar de cuatro. La mayoría de las personas optarían por la acción que salva más vidas, una postura utilitaria. Sin embargo, quienes deciden no intervenir argumentan desde una perspectiva kantiana, que sostiene que no se debe usar a una persona como medio para un fin, independientemente del resultado.

Este tipo de dilemas no son nuevos; ya se discutían hace cinco mil años antes de Cristo. Los dilemas morales son intrínsecamente difíciles de resolver, y uno de los métodos enseñados para abordarlos es el universalismo. Esta teoría sugiere que antes de tomar una decisión, deberíamos considerar qué pasaría si todo el mundo actuara de la misma manera. Por ejemplo, si alguien decide colarse en el Transmilenio, el sistema de transporte masivo de Bogotá debería preguntarse qué ocurriría si todos hicieran lo mismo; La respuesta es evidente: el sistema colapsaría. Otros ejemplos son: Una persona puede considerar que pasarse un semáforo en rojo cuando no hay tráfico es inofensivo. Sin embargo, si todos los conductores hicieran lo mismo, las ciudades serían caóticas y habría un aumento en los accidentes de tránsito.

La moralidad y la ética son pilares fundamentales en todos los aspectos de la vida, pero adquieren una relevancia particular en la función pública. Los servidores públicos tienen la responsabilidad de tomar decisiones que afecten a la sociedad en su conjunto. Sin una base ética sólida, es fácil que se produzcan abusos de poder, corrupción y decisiones que perjudiquen al bienestar común. La confianza de la ciudadanía en sus instituciones depende en gran medida de la percepción de integridad y rectitud de sus líderes y funcionarios. Un funcionario puede pensar que aceptar un soborno pequeño no tiene consecuencias graves. Sin embargo, si todos los servidores públicos actuaran de la misma manera, la administración del Estado se volvería ineficiente y los recursos públicos serían utilizados de manera indebida. El universalismo nos indica que la corrupción, aunque parezca mínima, es inaceptable porque su generalización destruye la confianza en las instituciones y perjudica el desarrollo social.

De fondo esta forma de resolver los dilemas morales es pensar en los demás, saber que no estamos solos, la sociedad en su conjunto debe valorar y practicar principios éticos para poder exigirlos de sus gobernantes. Si la corrupción y la deshonestidad son prácticas comunes en la vida cotidiana, es poco probable que los líderes actúen de manera diferente.

Ante la duda de si se actúa bien o mal, pensar en la sociedad ayuda a tomar mejores decisiones y a ser mejores personas, de fondo es vencer el egoísmo que poco a poco corroe la humanidad.