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A pesar de que la convocatoria al paro del 21N estaba basada en gran medida en ideas y no en hechos sobre reformas que el gobierno no ha presentado y en algunos casos que ni siquiera ha contemplado, la movilización superó las expectativas aún de sus organizadores. En particular, la fuerza de la juventud en las calles ha puesto de presente que, en efecto, la sociedad tiene un amplio inventario de reclamos legítimos a sus dirigentes y que, dada la voz de las movilizaciones, más nos vale escuchar.
Hay que destacar que las movilizaciones han tenido un tono en su gran mayoría pacífico y que con excepción de algunos vándalos y criminales que aprovecharon la confusión y la oportunidad de esconderse tras los marchantes para cometer actos criminales, se ha logrado que la protesta sea sin violencia.
No obstante, las marchas sí han afectado a millones de colombianos y comienzan a generar estragos en la economía. El bloqueo de las calles y de los sistemas de transporte masivo deben cesar y así evitar más afectaciones a la ciudadanía: ¿si la protesta es sin violencia, por qué la agresión de bloquear las calles?
Las pérdidas económicas ya comienzan a acumularse en miles de millones de pesos de ventas del comercio que no se están haciendo, en el dólar que supera los $3.500 y nos empobrece a todos, en el aplazamiento de decisiones de inversión, en el aumento en la percepción de riesgo de hacer negocios en Colombia y muy pronto se empezará a reflejar todo esto también, en pérdida de empleos si las movilizaciones no cesan.
Preocupa la falta de sensibilidad de los organizadores del paro con los millones de ciudadanos que tienen que ir a trabajar y que, aunque simpaticen o no con los reclamos de la sociedad, no se pueden dar el lujo de permanecer días enteros de fiesta en la calle y que los perjudica alargando sus jornadas hacia y desde sus trabajos, incluso teniendo que caminar por horas, solo para iniciar otra jornada extenuarte y llena de incertidumbre al día siguiente.
Pero más preocupa que ahora, gracias en parte a su éxito, los que están en el paro y en las movilizaciones creen que tienen razón y que en consecuencia están legitimados para hacer todo tipo de exigencias al gobierno, poner condiciones para sentarse a dialogar y peor aún, imponernos a la fuerza a todos los demás su visión del mundo y su modelo económico y de sociedad. Se les está olvidando que Colombia es una democracia y que como tal respeta el debate y la discusión, pero que los temas se resuelven en las urnas apoyando planes de gobierno y candidatos que defiendan sus ideales.
Adicionalmente, están aquellos que están aprovechando el entusiasmo de los marchantes y hasta cierto punto su ingenuidad, para avanzar sus agendas políticas e ideológicas que de otra forma no han logrado. Tomemos el ejemplo del tema pensional: la causa de buscar una vejez digna y que todas las personas tengan algún tipo de ingreso luego de cierta edad para evitar caer en la pobreza, es un objetivo deseable para la sociedad. Por esto mismo, es urgente hacer una reforma pensional, a pesar de lo que aducen los sindicatos y los organizadores del paro. Es un imperativo económico y moral corregir los injustificados subsidios que hoy tiene el sistema de prima media de Colpensiones para personas de altos ingresos. En la confusión todos gritan con entusiasmo: ¡sí a la vejez digna, no a la reforma pensional! Y se equivocan.
Sorprende además que sean los jóvenes los que apoyan esta visión cuando van a ser ellos los que van a tener que pagar vía mayores impuestos sobre sus salarios, las generosas pensiones de sus hoy compañeros de paro, pero de mayor edad. Así pasa con casi todas las peticiones de los marchantes. Las solicitudes son válidas , pero tenemos que ser conscientes que si queremos más, tenemos que producir para poderlo pagar y que no se logra de la noche a la mañana. La realidad es que las cosas se consiguen con el tiempo y trabajando.