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El pasado 24 de febrero el mundo conmemoró el primer año de la guerra entre Ucrania y Rusia. Países en Latinoamérica, incluyendo Colombia, han solicitado un cese al fuego y el inicio de una negociación que conlleve al fin del conflicto. Sin embargo, más allá de la guerra, que de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española se puede definir como “la manifestación más violenta de un conflicto entre diferentes grupos humanos”, el mundo no debe olvidar lo que ha significado este lamentable hito en nuestra historia: una invasión de Rusia a la región del Donbás, un bombardeo a las principales ciudades ucranianas y en general, una estrategia que ha afectado a millones de hogares que habitan un país fértil, productivo y con enorme capacidad de resiliencia.
Según cifras del Banco Mundial, Ucrania es un país que, para el 2021, contaba con 43,8 millones de habitantes, con una superficie cercana a los 603.550 kilómetros cuadrados, al menos antes de la invasión, cifra que representa aproximadamente 52,9% del territorio colombiano. Un país que a finales del 2021 e inicios del 2022, su producción representó el 10% del mercado mundial de trigo, 13% de cebada y más del 50% del aceite de girasol, cifras que le han llevado a ser calificado como parte importante de la despensa mundial de cereales del planeta. Por supuesto, el bloqueo de sus principales puertos en el Mar Negro en medio de la guerra, sumado a las muy difíciles condiciones que vive la población con una potencia mundial invadiendo su territorio, usando estrategias de guerra convencionales y no convencionales, incluyendo mercenarios y exconvictos que participan en los ataques, han llevado a generar importantes migraciones de su población.
Según información de la Organización Internacional de Migraciones, se estima a la fecha que por lo menos 7,1 millones de personas en Ucrania se han visto obligadas a migrar internamente, dentro de las cuales el 50% de las familias migrantes tiene niños, y cerca del 30% de estas personas enfrentan enfermedades crónicas. Cerca del 61% de estas familias migrantes reciben ingresos inferiores a 155 euros cada mes una vez inició la guerra, y por lo menos un 30% de esa población se ha quedado sin ingreso alguno derivado de su actividad económica.
Si a esto se suma el importante número de personas que ha abandonado el país, desplazándose principalmente a Polonia, Rumania, Moldavia, Hungría y Eslovaquia como refugiados, sin contar aquellas personas que han decidido traspasar las fronteras hacia Bielorrusia y Rusia. Es un drama social, económico y cultural detrás de una invasión que ha promovido que el pueblo ucraniano resista, defienda su soberanía y por supuesto repudie una invasión sin precedentes en el siglo XXI.
De acuerdo a cifras del Banco Mundial, la economía ucraniana podría estarse contrayendo alrededor del 45% para 2022, y cerca del 11,2% durante el presente año como resultado de este contexto bélico. Transcurre la guerra, y muy poco se conoce de cifras reales de pérdida de vidas de los ejércitos de lado y lado, pero se estima ya en cientos de miles. La vida en el país cambió radicalmente desde aquellos días en los que se visitaba la ciudad y se podía respirar un ambiente de calma, armonía y espacios de inspiración para el desarrollo de la cultura, la vida bohemia y la contemplación de sus bellos paisajes. El estrés y el desasosiego de la guerra ha llegado y las alarmas de bombardeos en las ciudades y las ruinas que se aprecian en imágenes que le dan la vuelta al mundo, motivan a un cambio total de percepción del país.
En medio de este drama humano que se vive en Ucrania, punto neurálgico desde donde se genera presión inflacionaria de alimentos, incertidumbre en el mercado de opciones energéticas de gas en Europa, riesgos de desabastecimiento de un sin número de países en el continente africano y sus respectivos efectos económicos que esto le genera a América Latina y el Caribe, se dan inicios las reuniones del G20 en India. La reunión de los 19 países más ricos del mundo que representan más del 80% del PIB en el planeta. Su objetivo más importante desde Nueva Delhi, en esta versión, garantizar el crecimiento mundial e intentar incidir positivamente en los principales asuntos que afectan el planeta.
Por supuesto, las discusiones más sensibles sobre el futuro de Ucrania tendrán que estar dentro de los temas centrales y urgentes de revisión en esta versión de las reuniones. Donde más allá de pedirles a las dos partes involucradas en el conflicto que cesen hostilidades, Latinoamérica y el mundo entero debería manifestarse sin discursos tibios y convenientes, reconociendo que una invasión en contra de todo tratado y ejercicio soberano de un país es un asunto inaceptable en el ordenamiento mundial contemporáneo. Al finalizar la escritura de esta columna, tan solo se conocía el anuncio dentro de la reunión del G20 de la imposibilidad de tener un pronunciamiento unánime frente a este desastre histórico para la humanidad.