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El mundo inicia esta semana conmocionado por el recrudecimiento del conflicto Israel -Palestina, las pérdidas de vidas y los catastróficos efectos que tiene sobre poblaciones enteras que nada tienen que ver con el conflicto armado que, a la fecha, según Naciones Unidas llevaría más de 30.000 muertos y cerca de 7.000 desaparecidos.
No obstante, al mismo tiempo apenas nos estamos enterando de una nueva crisis social detonada a propósito de una avalancha sin precedentes en cuanto a pérdidas de vidas en la aldea Yambali, la provincia de Enga, en Papúa Nueva Guinea.
Al momento de escribir esta columna se estimaba que cerca de 2.000 personas (cerca de 0,03% del total de la población de ese país) habrían perdido la vida como resultado de un enorme alud que terminó por sepultar hogares, escuelas, vías y sueños de muchas familias que habitaban el lugar.
Según medios de comunicación más de 150 casas quedaron enterradas entre el lodo, luego del deslizamiento y por lo menos 250 casas más tuvieron que ser desalojadas por los movimientos continuos que aún persisten en las montañas donde ocurrió la tragedia.
Muy poco conocemos en Colombia de esta nación que ocupa la mitad de la isla de Nueva Guinea y la comparte con Indonesia. Sabemos que logró su constitución como estado independiente en 1975 luego de una historia colmada de tensiones y dominios de grandes potencias mundiales.
Pese a haber sido conocida por los europeos desde el siglo XVI, principalmente visitada por portugueses y españoles, luego de que el portugués Jorge de Meneses se refiriera a la isla como Papúa por el cabello rizado de los habitantes que encontró durante su expedición y el español Yñigo Ortiz de Retez le bautizara en 1545 Nueva Guinea por la semejanza que habrían tenido sus pobladores a quienes residían en Guinea en África, esta isla mantuvo su desarrollo sin importantes afectaciones foráneas hasta entrado el siglo XIX.
Fue precisamente durante la segunda mitad del siglo XIX que Alemania y Gran Bretaña iniciarían formalmente su proceso de colonización y durante parte del siglo XX Australia e incluso Japón habrían ocupado el territorio y querido sacar lucro económico y geoestratégico en tan importante lugar en materia de biodiversidad, pero también de minerales en el subsuelo (cobre, oro y níquel).
Al día de hoy Papúa Nueva Guinea es un país con una extensión 462.840 kilómetros cuadrados (40,6% del territorio colombiano), con 7 millones de personas que lo habitan (lo que representa 14% de la población de nuestro país) con tres idiomas oficiales, pero con más de 770 lenguas.
No por azar es el país más diverso culturalmente del mundo, lo que contrasta con los profundos retos en materia de desigualdad y situación de pobreza de una población que es mayoritariamente rural, (apenas 13% de su población vive en las ciudades).
Según el reporte de Desarrollo Humano 2023/2024 y codirigido por Tharman Shanmugaratnam, presidente de la República de Singapur y Joseph Stiglitz profesor de la Universidad de Columbia y premio nobel de Economía los retos que enfrenta este país son muy importantes.
En materia global de desarrollo humano este país se ubica en la posición 154 de 193 países, lo que contrasta con la posición 91 de Colombia en ese ranking. De acuerdo con el Banco Mundial, el PIB per cápita de Papúa Nueva Guinea en 2022 era de US$ 3.115 lo que contrasta con los US$6.642 en Colombia para el mismo período.
Por su parte, en marzo de 2024 Naciones Unidas, a través del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Pnud, advirtió sobre los importantes riesgos climáticos que muchas comunidades de la isla venían presentando en función del inusitado aumento de las precipitaciones y las dificultades geográficas para poder prestar asistencia y reubicación de muchas comunidades.
Hoy, con la materialización del riesgo previsto, y ante la imposibilidad de generar controles suficientemente adecuados, el cambio climático está generando unas consecuencias funestas a los papú neoguineanos.
Este hecho no solamente nos invita a no ser insensibles y tomar atenta nota, por la dimensión de tan terrible consecuencia del cambio climático y posibles consecuencias derivadas de actividades mineras en la región, sino a revisar la forma como deberíamos estar preparados en nuestro país para atender una emergencia de estas dimensiones.
Es justo en este punto donde seguramente una Unidad de Gestión del Riesgo transparente y preparada para atender las necesidades de los más desfavorecidos de manera efectiva, pero a su vez sin señalamientos de corrupción y desfalcos, es que le da un verdadero y real sentido a su existencia.
Es tiempo de tomar nota de estos estragos de la naturaleza para pensar en la ejecución efectiva del gasto social en entidades capaz de mitigar los riesgos con personas idóneas, capaces de ejecutar recursos en favor de las comunidades más desfavorecidas sin pensar en su lucro ilegítimo.
La topografía de Papúa Nueva Guinea no difiere estructuralmente de muchas zonas de nuestro territorio; ojalá estemos preparados ante una situación tan compleja como la que hoy estamos viendo en lo que para nosotros representa ese lejano país en Oceanía. Toda la solidaridad con las familias afectadas por tan terrible suceso.