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Hace 14 años Ban Ki-Moon, quien en ese entonces fungía como Secretario General de las Naciones Unidas, manifestaba que “el acceso universal a la energía es una prioridad clave en la agenda del desarrollo global. Es un cimiento para todos los objetivos del desarrollo del milenio”. Para esa época cerca de 2.400 millones de personas utilizaban leña o carbón vegetal para cocinar sus alimentos y 1.600 millones de personas no contaban con energía eléctrica en sus sitios de residencia.
Lamentablemente, esta situación no ha cambiado de manera significativa, en especial cuando se revisan las cifras en América Latina y el Caribe. Según información de provista por la Agencia Internacional de Energía en 2023, cerca de 90 millones de personas en la región aún cocinan sus alimentos con leña o carbón vegetal, con lo que se acentúa la probabilidad de padecer enfermedades respiratorias agudas frente a una población que puede utilizar otras fuentes de energía para la cocción de sus alimentos.
Un estudio de la Organización Mundial de la Salud de 2014 muestra cómo la exposición de una persona durante una hora a los gases que se emanan en la cocción de alimentos con leña o carbón vegetal en un recinto cerrado equivale a estar rodeado de 400 fumadores mientras los alimentos están listos.
Esta situación lleva a pensar las características diametralmente diferentes de lo que significa definir transición energética en América Latina frente a lo que representaría un mismo debate en continentes de países desarrollados con diferentes etapas de evolución energética. Necesitamos que nuestros habitantes encuentren fuentes energéticas distintas de la leña y el carbón antes de llevar la discusión a querer renunciar ante toda posibilidad de proveer y contar con energéticos de origen fósil bajo el principio de soberanía energética.
Colombia, un país de 1.141.748 kilómetros cuadrados, donde más de 44% de su territorio hace parte de la Amazonía y en donde diariamente la frontera agrícola se amplía de forma incesante, en parte por la tala de árboles necesaria para proveer leña y carbón vegetal, hace que pensar en transición energética implique un desafío que involucra por lo menos dos dimensiones. En primer lugar, reconocer que nuestro sistema de interconexión eléctrica nacional no cubre todas las regiones del país, en especial aún no cubre gran parte de lo que reconocemos como la Colombia profunda. En segundo lugar, admitir que, en esa Colombia profunda, esto es en muchas zonas de nuestra ruralidad en el país, cerca de 5,3 millones de personas que conforman cerca de 1,6 millones de hogares, encuentran como única fuente de cocción de alimentos la leña y el carbón vegetal, según datos de la Encuesta de Calidad de Vida de 2021.
Este dato sin duda lleva al cuestionamiento a propósito de cómo el Gobierno Nacional de turno ha entendido que debe concebirse la transición energética. En su planteamiento más general se busca sustituir fuentes de energía no renovables por fuentes no convencionales de energía renovable, avanzando en su compromiso de dejar a un lado la extracción de combustibles fósiles y restringiendo totalmente la exploración y por ende futura explotación de hidrocarburos en el país. Decisión loable en países sin pobreza energética, como ocurre en buena parte de los países nórdicos en Europa, pero muy seguramente prematura y riesgosa en países de nuestra naturaleza.
¿No sería más conveniente hoy antes de llegar a esa etapa de negación de energéticos fósiles preguntarnos en la manera como vamos a combatir esa pobreza energética y evitar que nuestras selvas y el pulmón del mundo se siga extinguiendo en parte por visiones profundamente alejadas a la realidad del país?
Entender transición energética desde el lente de la región de América Latina y el Caribe implica pensar que al mismo tiempo que se busca la manera de poner a andar megaproyectos eólicos e interconectarlos con nuestro sistema de transmisión eléctrica, tarea que sin duda hay que adelantar en la transición energética, se hace igualmente necesario dar un vistazo a otras fuentes energéticas que en el corto plazo puedan reducir las emisiones nocivas para la salud y el ambiente provenientes de la leña y el carbón vegetal.
Se hace necesario reconocer la existencia de fuentes energéticas fósiles capaces de resolver y mejorar la vida de muchas personas y hogares enteros en Colombia. Hablo por tan solo citar un ejemplo del gas licuado de petróleo, más conocido como GLP. El mundo ha reconocido a este energético como una alternativa alcanzable, efectiva y eficiente en países en desarrollo para vencer la pobreza energética.
Una experiencia exitosa recientemente estudiada se ha observado en la India, país que a la fecha es reconocida después de China como el segundo mercado más grande de GLP. El gobierno de ese país además de subsidiar directamente la demanda de este energético a personas en situación de vulnerabilidad y luego de un ejercicio muy cuidadoso de cruce de bases de datos como mecanismo de constatación de la situación crítica del hogar. De esta manera, y en un período récord de cuatro años, esto es de 2016 a 2019, el país logró reducir cerca de 80% el número de hogares que se encontraban utilizando leña y carbón vegetal, lo que significó permitir el acceso al mercado de GLP a cerca 80 millones de hogares.
Estas cifras son evidencia importante del papel que aun hoy en economías emergentes pueden tener algunos energéticos provenientes de recursos fósiles, en donde, para lograr superar los desafíos de cierre de brechas energéticamente hablando es necesario pensar en el contexto propio de América Latina y el Caribe. Perder la soberanía energética para atender las necesidades de los más desfavorecidos del país y la región y depender exclusivamente del mercado mundial para abastecer una demanda con un enorme potencial como el GLP para solucionar y reducir emisiones no solamente en la cocción de alimentos, sino también en el sector transporte con alternativas como el auto gas y el nauti gas no pareciera la solución.
Necesitamos como país reconocer el verdadero alcance de la transición energética en América Latina, aprovechar las oportunidades que nos ofrezca el mercado y para ello entender que se hace indispensable regulación que induzca a potenciar más mercados en competencia con vocación de superar las trampas de pobreza, más que una regulación en la que el discurso de la intrusión regulatoria del Estado con ínfulas “ambientalistas” nos aleje de las verdaderas necesidades que demanda el país en estos temas. Más fuentes energéticas que nos alejen del carbón y la leña y nos permitan a largo plazo proteger nuestra riqueza ambiental y la salud y la vida de quienes ocupamos el territorio será un paso decisivo para apuntar al logro del acceso universal de la energía del que hablaba Ban Ki-Moon.