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La crisis no es más que una situación mala, difícil o adversa que pone en peligro las entidades, las estructuras o los sistemas. Para otros no es sino el cambio brusco de las circunstancias.
En la empresa, es una situación difícil que pone en peligro su perdurabilidad. En el ámbito empresarial, es una situación difícil, no necesariamente negativa, y no implica, tampoco, per se, un cambio brusco, pues la mayoría de las crisis empresariales son de lenta evolución.
Las causas de la crisis de la empresa son endógenas o exógenas. Las primeras son circunstancias internas. La situación la genera la propia organización y pueden ser el resultado de, conflictos entre socios, una deficiente planeación financiera y estructura de capital, mala gerencia, mala asignación de recursos, falta de control del riesgo y mal gobierno corporativo, por citar algunos ejemplos.
Las segundas son circunstancias externas, consecuencia del entorno económico cambiante y de la libertad de empresa. Entre ellas, el cambio de gusto del consumidor, la competencia, la tasa de interés y de cambio, la regulación y el deterioro de la confianza de los consumidores e inversionistas.
La crisis también se genera por circunstancias de orden público, es decir, guerras o conflictos armados, o por las necesidades de protección de la salud pública, como en 2020.
Lo cierto es que la crisis empresarial, en la gran mayoría de los casos, se cocina a fuego lento, por el desbalance de los ingresos, los costos y los gastos y la lenta conversión de las cuentas por cobrar en efectivo, lo que implica iliquidez y deterioro patrimonial. A los empresarios muchas veces les pasa lo del sapo en una olla de agua en un fogón: sube lentamente la temperatura (aumenta lentamente el problema) y, cuando se debe reaccionar, es tarde.
Por eso, la recomendación a los empresarios siempre será la planeación y el control de los riesgos de manera proactiva y preventiva. La crisis del covid-19, sin embargo, no fue de lenta cocción. Fue sorpresiva, inesperada y generalizada.
Los empresarios colombianos demostraron sus habilidades gerenciales. Aplicaron de manera rápida los remedios para balancear los ingresos, los costos y gastos y generar efectivo. Muchos optimizaron sus inventarios y redujeron sus gastos de personal. Hicieron acuerdos con sus proveedores y empleados. Lograron refinanciar su deuda, aun cuando muchos tuvieron dificultades para obtener nuevos créditos. Lograron utilizar eficientemente sus recursos, analizando cada activo, producto y canal de ventas.
Otros tuvieron que asumir más deudas o capitalizar recursos para reestructurarse y mantenerse en funcionamiento. Se reinventaron, transformando sus productos y canales de venta. Implementaron buenas prácticas de gobierno corporativo, lo cual implicó una comunicación proactiva y transparente con los grupos de interés. Todos se apretaron el cinturón protegiendo y cuidando la liquidez. Como diría un empresario amigo: “ventas es vanidad, utilidad es sanidad y caja es realidad”. Todo esto sumado, implicó, en términos generales, la conservación del tejido empresarial y el fortalecimiento de las empresas.
En Colombia existe un gran empresariado, al que el Estado y todos nosotros debemos agradecer, apoyar y fomentar, al ser el eje central de la generación de empleo y el bienestar social.