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Siempre repito lo que dijo Walter Isaacson ante la pregunta de qué deberíamos hacer los países subdesarrollados para desarrollarnos. La respuesta es obvia: hacer lo que hicieron los países desarrollados. No es más que eso. Es elemental, tan de Perogrullo y tan evidente a simple vista que se pasa por alto. Significa, ni más ni menos, economía de mercado, austeridad, empresa, trabajo, ahorro, inversión y un Estado pequeño, con lo cual se logra generar riqueza a través de un crecimiento económico sostenible. No es posible pensar en subsidios o prebendas hasta tanto no se creen las condiciones y la riqueza que las pague. Tampoco es posible generar la riqueza por decreto o abusar de los subsidios y las prebendas. La riqueza, la empresa y el empleo los crean los individuos y las empresas privadas en el libre mercado, no el Estado, que no produce sino que gasta.
Pues bien, en Colombia hacemos todo lo contrario. Siendo pobres, hemos ido poniéndole, poco a poco, más cargas al Estado, a las empresas y a los individuos, lo que necesariamente ha significado menor competitividad y crecimiento económico. Tenemos el síndrome de la pipa del capitán de navío, que se va curando con su uso, pero que al final termina totalmente atascada e inservible.
Veamos un par de ejemplos, a propósito de la reforma laboral. Como diría Arturo Calle, a los trabajadores se los contrata porque se necesitan, según los requerimientos del negocio, y no por ley o decreto. Así, tener la obligación de contratar aprendices Sena, para las empresas que tengan cierto número de trabajadores, no es la mejor de las ideas. Es una institución de 1960 y su última reforma fue en 2005. Los costos para las empresas eran altos. Se mantuvo reduciendo sus costos y flexibilizándola.
Ahora se pretende elevar los costos, cuando en realidad es una figura que no debería existir, pues debe ser el mercado, las necesidades de las empresas y los contratos laborales tradicionales los que determinen eso. Lo cierto es que, además del aporte parafiscal del Sena -de hecho, un costo para engordar la burocracia estatal-, hay que contratar aprendices por mandato de la ley, aunque no se requieran, para cumplir los propósitos del Sena. Es como obligar a contratar ascensoristas porque el Estado tiene una escuela de ascensoristas, aunque no se necesiten.
Por otro lado, tenemos la Ley María, que otorga una licencia de paternidad, justificada para fomentar la unidad de la familia y brindar ayuda en el hogar. Lo que empezó con una semana, pasó a dos y terminará en seis semanas por la reforma. Y, seguramente, a alguien en 5 o 10 años se le ocurrirá ampliarla a 12 semanas. Y ni hablar de la nueva licencia matrimonial, que no se justifica, pues este tiempo debería ir con cargo a las vacaciones. Es decir, cada vez más subsidios, prebendas y costos, en perjuicio del propio Estado, de las empresas y del empleo. En síntesis, si queremos desarrollarnos y crecer, debemos ser muy cuidadosos en no construir capas de subsidios, costos y prebendas, que a largo plazo son inmanejables y un lastre para el propio Estado, las empresas y la generación de empleo.