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Pensando en 2026, debemos identificar los valores y principios que debe encarnar nuestro futuro presidente para construir nación. Igualmente, debemos considerar cómo nuestro futuro presidente debe comportarse y actuar para ser un verdadero líder del país.
Como premisa fundamental, es preciso que quiera ser, y sea, solamente presidente de Colombia. No es adecuado tener un presidente en 2026 que aspire a ser un líder mundial o de otras galaxias en los confines del universo. Nos conformamos con un presidente exclusivamente para Colombia.
Asimismo, quisiéramos que el presidente trabaje en modalidad 7X24X365, es decir, que siempre esté pendiente del país y de sus necesidades, que no se pierda y que siempre sepamos dónde y en qué está. También quisiéramos un presidente que sea un verdadero demócrata, que respete la separación de poderes, a los jueces y sus decisiones, o las de otras autoridades, aunque dichas decisiones no le convengan. Además, que apoye y respete las decisiones democráticas de otros países y no respalde dictadores.
Debería ser una persona prístina, transparente y libre de vicios, salvo el vicio de trabajar, trabajar y trabajar. Sus discursos públicos deberían estar basados en datos y hechos ciertos y verificables. Es decir, nuestro presidente en 2026 no debe dar discursos con medias verdades o mentiras, ni intentar aparentar sapiencia y genialidad. Debe ofrecer discursos basados en datos y hechos reales, utilizando un lenguaje sencillo y claro, sin aires de superioridad, es decir, no puede creer que todos somos ignorantes y que el problema es que no entendemos su sapiencia y genialidad. Por supuesto, no queremos a un presidente que movilice a la población utilizando recursos públicos y creando una lucha entre los colombianos, usando medios alternativos y medios públicos para hacer propaganda oficial y desinformar.
Debe ser un verdadero gerente, con la mayor de las habilidades, la cual es elegir adecuadamente a sus ministros y altos funcionarios del Estado. Debe pensar en aprovechar nuestros recursos naturales y fomentar la exploración y explotación de petróleo y gas. También debe centrarse en recuperar la seguridad y la confianza de los inversionistas, como premisas fundamentales para la creación de riqueza, empresas y empleo formal y de calidad, basado en la libertad individual y el libre mercado.
Además, debe creer que el mejor camino para el crecimiento económico y el desarrollo es a través del sector privado, con un Estado pequeño y austero, como garantía para la estabilidad fiscal, con presupuestos financiados y no con déficits, ni con gastos excesivos en subsidios o transferencias monetarias politiqueras.
Su principal objetivo deberá ser reconstruir lo deconstruido y, sobre todo, procurar la cohesión social y el diálogo popular, sin discursos de odio, sino de unión y solidaridad. Finalmente, deberá mantener las palabras “libertad y orden” en el escudo nacional y retirar de la Casa de Nariño los nuevos falsos símbolos patrios, como el sombrero de un guerrillero.
Solo queremos un presidente normal, estándar, sin tanta genialidad y sapiencia incomprendida, que madrugue a trabajar todos los días por el país de forma responsable, técnica, eficiente y pragmática y, sobre todo, que no tenga en su ADN político ideologías fracasadas que conduzcan al caos, la anarquía y la miseria.