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En general fueron bien recibidas las reuniones de Joe Biden la semana pasada con los demás miembros del G7 y de la Otan, así como con el presidente ruso, Vladimir Putin. Es necesario tomar nota de los giros que se están dando en la política internacional.
Con los aliados occidentales, el mensaje fue por lo menos refrescante: “América está de vuelta”, repitió Biden, enfatizando el cambio de enfoque de la diplomacia de su país, luego del período traumático en la relación entre Estados Unidos y Europa causado por su antecesor. Los ataques, recriminaciones y declaraciones poco fructíferas parecieran quedar atrás. La agenda común se centra en el fortalecimiento de lazos entre democracias, para que, a través de la cooperación, se aborden de mejor manera los desafíos comunes.
Uno de ellos es China; al respecto, la iniciativa ‘Reconstruir un mundo mejor’ (Build Back Better World), o 3BW, busca movilizar recursos para ejecutar grandes proyectos en diferentes países, y con ello responder a la ‘Iniciativa de la franja y la ruta’ - impulsada desde Beijing- haciendo énfasis en un enfoque más amigable con las comunidades, con el medio ambiente, y mejores condiciones de financiación.
Estos anuncios, junto a las declaraciones de las democracias occidentales frente a temas de violaciones de derechos humanos en Xinjiang, la autonomía de Hong Kong, y las investigaciones sobre los orígenes de la pandemia, no cayeron bien en China. En todo caso, hay un largo trecho entre generar malestar en Beijing a partir de acciones unilaterales, en una lógica de confrontación, y empezar a sumar esfuerzos de cooperación con aliados históricos, que sirvan de base para abordar asuntos más complicados.
En el caso de la reunión con Putin, los avances abren la puerta a una reorientación gradual de las relaciones basada en los intereses de cada una de las partes. Para Estados Unidos, se destacan temas como la agenda nuclear de Irán, el ciberterrorismo y las guerras en Siria y Ucrania; para Rusia, por su parte, resulta primordial abordar la difícil situación interna, resultado, entre otras, de las sanciones económicas.
Empezar a trabajar sobre estos temas, así no produzcan resultados inmediatos, como esperaban algunos, es una aproximación correcta para abordar problemáticas complejas, que contrasta con el enfoque tipo “espíritu del momento” característico de las negociaciones de la administración anterior y que buscaba acuerdos rápidos a cualquier precio.
En el marco de este cambio de enfoque, un tema crucial que queda por verse es la relación de Estados Unidos con Irán, en particular en cuanto a la posible renegociación del acuerdo de desnuclearización. La reciente elección de Ebrahim Raisi como presidente - que da el poder a los más radicales - ofrece un juego diferente para occidente de cara a dicho acuerdo; Estados Unidos y sus aliados deberán tener en cuenta la transición interna en Irán, la consiguiente necesidad de mayor estabilidad externa, y el carácter más monolítico del nuevo gobierno.
Aunque todavía complicado, el escenario global es diferente al planteado hasta hace algunos meses, y se requerirá cada vez más cuidado a la hora de tomar decisiones, incluso por parte de países menos protagonistas. Prueba de ello por estos lados es la llamada telefónica que sigue sin darse.