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Recientemente el presidente chino, Xi Jinping, anunció que su país alcanzó la meta de erradicar la pobreza extrema, lo que significa que, en las últimas cuatro décadas, más de 800 millones de personas han superado esta condición. Tras calificar el resultado como “un milagro histórico”, Xi lo atribuyó al trabajo del partido comunista. Con este paso, China habría logrado el objetivo fijado por la ONU para 2030 casi una década antes.
El anuncio ha generado controversia. Algunos críticos cuestionan el resultado, pues señalan que la línea de pobreza extrema en China está cerca de 80% por debajo de aquella que recomienda el Banco Mundial, y dudan sobre la veracidad y sostenibilidad de este logro. También están quienes defienden el dato, el cual sería el avance más importante de la historia en materia de superación de la pobreza. Ante los ataques, esgrimen que hay una agenda de occidente en contra del progreso de China, principalmente motivada por su rezago relativo.
En Estados Unidos, por ejemplo, crece la zozobra por el esfuerzo del país asiático de convertirse en un líder global, con avances tecnológicos y de infraestructura que le han permitido tener una influencia cada vez mayor a lo largo del planeta. Esto fue especialmente crítico a la luz del manejo que se le dio a la relación binacional durante la administración anterior, con guerras arancelarias y una lógica de confrontación.
Las dos posiciones ilustran las aproximaciones reduccionistas a un fenómeno tan complejo como la transformación que representa China para la geopolítica global y lo que han sido las formas incorrectas de abordarlo. Una lógica de suma-cero pareciera guiar los análisis: lo que es bueno para China es malo para el resto, y viceversa.
Sin embargo, más que atacar al gigante asiático por resultados como el avance en la lucha contra la pobreza, basta ver las desigualdades en materia de acceso a salud, educación, condiciones laborales, toma de tierras por parte del estado, y la precariedad de quienes migran del campo a la ciudad, aspectos identificados por Dexter Roberts en ‘El Mito del Capitalismo Chino’.
Lejos de tratarse de un desarrollo equitativo, que mejora los índices generales de calidad de vida, la norma es el favoritismo para quienes tienen mayor cercanía con el partido, o condiciones favorables para los empresarios que prometen grandes inversiones, acompañadas de posturas férreas contra quienes manifiestan las particularidades del sistema. Una versión especial del capitalismo que unos defienden y otros temen. Esto se suma a la rigidez política, la represión y la falta de transparencia en la información pública, de lo que es prueba el desconocimiento sobre las cifras de coronavirus y el desempeño de su vacuna.
Corregir las grandes desigualdades regionales, así como fortalecer la clase media - dos de las tareas donde China sigue bastante rezagada - deberían estar en las prioridades de muchas democracias liberales. Esto, junto al respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales, permitiría mostrar las bondades de este sistema de gobierno y tomar distancia frente a los problemas que se hacen cada vez más visibles. Entrar a demeritar los esfuerzos en la lucha contra la pobreza no contribuye a la agenda que debe impulsarse desde otras latitudes.