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La preocupación por la aparición de crisis en América Latina y el Caribe ha sido una constante a lo largo de los años. Variables económicas e institucionales hacen que la región sea especialmente frágil para enfrentar situaciones adversas, por lo cual no sorprende que, ante la propagación del covid-19, sea ella quien muestre los resultados mas desoladores a nivel global. El escenario político y social está lejos de ser el idóneo para una situación como la actual.
El reciente informe del Banco Mundial, ‘El costo de mantenerse saludable’, señala los limitados recursos con los que cuentan los países de región para enfrentar brotes de contagio similares e incluso mayores al de las economías más desarrolladas.
Adicionalmente, la pandemia llegó luego de varios años de un crecimiento económico modesto y pocos avances en indicadores sociales, por lo que se destaca el papel de muchos de los gobiernos de la región en adoptar paquetes de protección social orientados a mitigar los efectos de esta situación.
No obstante, a pesar de las rápidas medidas adoptadas para frenar la propagación del virus, que mostraron resultados positivos al inicio, condiciones como los niveles de urbanización, densidad poblacional, desigualdad de ingresos y porcentaje de población adulta se identifican como los principales detonantes de las rápidas tasas de contagio y muerte, indica el informe.
Sumado a ello, el impacto ha sido proporcionalmente mayor en las áreas más pobres, usualmente sobrepobladas, con menor acceso a agua potable y una precaria situación en materia de cobertura de salud.
A nivel económico, la situación del empleo es bastante delicada, siendo Brasil, Colombia, Costa Rica y Uruguay los casos más dramáticos, y con un efecto igualmente devastador sobre los ingresos en el sector informal.
Más aún, el panorama a mediano y largo plazo sigue siendo preocupante. Las medidas de aislamiento social continúan y difícilmente muchas actividades económicas podrán retomar su curso normal en los próximos meses, especialmente ante la perspectiva de nuevos brotes de contagio, tal como se experimenta en diferentes países a lo largo del mundo.
Esto genera una situación social crítica; el subcontinente venía de un ambiente agitado en este frente, que apenas se vio moderado por las medidas de confinamiento, pero que ha empezado nuevamente a tomar fuerza y que podría complicarse en tanto el impacto económico y social de la crisis sean mayores. A esto se suman los niveles de polarización en varios países, el nivel de pugnacidad en el debate público y los efectos regionales de las elecciones en Estados Unidos.
Por tanto, bien harían muchos gobiernos de América Latina y el Caribe en complementar sus medidas de salud pública y paquetes económicos con nuevas estrategias de diálogo, interacción con la ciudadanía y resolución de conflictos.
El contexto actual demanda la creación de válvulas de escape al malestar social y el exacerbado clima político, y contemplar espacios de diálogo constructivo entre sectores con opiniones contrarias. Este momento, tal vez más que cualquier otro, exige trabajar en la búsqueda de consensos y evitar una mayor polarización. Seguimos en una etapa temprana de la crisis y será necesario mejorar las estrategias para vivir en ella.