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El mes pasado, The Economist publicó un artículo donde afirmaba que la economía colombiana es tan cerrada como hace treinta años, con una tasa de importaciones más exportaciones como porcentaje del PIB muy inferior a aquella de países como México, Chile y Perú.
Esto, argumenta el texto, es resultado de la protección de sectores ineficientes, lo que se refleja en puertos con escasa operación, precios más altos para los consumidores, e insumos más costosos, lo que, a su vez, hace menos competitivas las exportaciones nacionales.
Las críticas al artículo se han centrado en mostrar la reducción del arancel promedio, la eliminación de licencias previas y la firma de múltiples acuerdos comerciales. Así mismo, en lo que corresponde a la debilidad en las exportaciones, se esgrimen razones como la revaluación, la situación de los principales socios comerciales, o el rezago del aparato productivo.
Tal vez el punto de coincidencia de los diferentes enfoques es la frágil capacidad exportadora del país, algo que se evidencia en un déficit comercial para 2019 de US$10.283 millones, 53% superior al del año anterior, completando seis años consecutivos con saldo negativo. Igualmente, sigue preocupando la excesiva dependencia de la economía colombiana de las exportaciones minero-energéticas (cerca de 62% del total exportado).
A este diagnóstico se suma también el Gobierno, que en días recientes lanzó su iniciativa “Fábricas de Internacionalización”, justamente orientada a diversificar las exportaciones y fortalecer las empresas pequeñas y medianas. En cifras, a pesar de que estas empresas representan 75,1% del total de aquellas que venden sus productos en el extranjero, apenas alcanzan 17,1% del valor total de las ventas.
Desde ProColombia, se considera que esto sugiere la necesidad de un acompañamiento al empresario, impulsando acciones orientadas a facilitar el acceso a mercados del resto del mundo. Para ello se contemplan acciones como la promoción de alianzas estratégicas y la transferencia de conocimientos de empresas con mayor experiencia.
Este esfuerzo positivo, sin embargo, solo se traducirá en beneficios reales cuando la aproximación a la agenda productiva y de vocación exportadora del país se modifique de manera integral. En particular, Colombia se sigue dando el lujo de desaprovechar el enorme potencial productivo del campo, con regiones completas prácticamente al margen de la actividad económica del país y una infraestructura precaria que hace inviable el desarrollo de proyectos productivos rentables.
Tales regiones siguen caracterizándose por la ausencia de bienes públicos rurales, falta de claridad respecto a la propiedad de la tierra - lo que prácticamente inviabiliza muchas inversiones - y escasas oportunidades para que millones de colombianos que se ven afectados por estas condiciones contribuyan de manera activa al desarrollo productivo del país.
Apuestas como el catastro multipropósito son apenas un ejemplo de las iniciativas necesarias para que el campo produzca de acuerdo con su potencial, y con eso empezar a darle la vuelta a cifras como las señaladas arriba. Esto sería un complemento ideal - y necesario - a esfuerzos como el acompañamiento a las empresas con vocación exportadora.
El Gobierno tiene las herramientas técnicas y legales para hacerlo; ahora es necesario ajustar la visión y las agendas políticas.