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La caída en los servicios de Facebook, WhatsApp e Instagram por más de seis horas durante la semana pasada no solo revela la fragilidad de herramientas de uso cotidiano para millones de personas a lo largo del planeta, sino que se suma a la revelación de otras irregularidades en su servicio. Adicciones, afectación a la autoestima y efectos sobre la polarización política son apenas unas de ellas, y acerca de las cuales debería haber especial atención en contextos delicados como el de nuestro país.
Las revelaciones recientes sobre el esfuerzo de la compañía para ocultar estudios que muestran la adicción generada por Instagram - propiedad de Facebook - y sus efectos sobre la autoestima de adolescentes, son prueba del largo camino que habrá que recorrer en materia regulatoria frente a estas plataformas. Lejos de considerar la visión romántica de ser medios para estar en contacto con familiares y amigos, serviría más una aproximación como la que se tiene frente a los juegos de azar, las bebidas azucaradas o el cigarrillo.
En paralelo, una discusión que se agudizó la semana pasada tiene que ver con el papel de Facebook en la polarización política. Hace un par de años el escándalo de Cambridge Analytica mostró las vulnerabilidades del gigante de las redes sociales a través del manejo deliberado de la información de los usuarios para favorecer al candidato republicano en las elecciones de Estados Unidos. Gracias a las preferencias reveladas con los “me gusta” y otros comportamientos en esta plataforma, se podían perfilar los mensajes, de tal manera que tuvieran mayor capacidad de inclinar la balanza en la dirección deseada.
Además, es especialmente preocupante la manera cómo la compañía se beneficia de ambientes políticos caldeados. Posiciones extremas e información falsa generan mayores interacciones y hacen que los usuarios regresen a la plataforma de manera más frecuente y dediquen a ella un mayor tiempo - el principal activo de la empresa - lo que contribuye a generar ambientes políticos y sociales aún más tensos.
Esta semana, Frances Haugen, una exdirectora de producto de la empresa afirmó ante el Congreso estadounidense: “estoy aquí porque creo que los productos de Facebook afectan a los niños, avivan la división y debilitan nuestra democracia”. La respuesta a este escenario debe llegar por varios lados. Primero, las acciones legales que puedan llevarse a cabo para tratar a estas plataformas (no hemos hablado aún de Twitter y Tik Tok) de manera tal que minimicen los riesgos en los múltiples ámbitos donde sus efectos son negativos. Iniciativas desde ese frente son bienvenidas.
Pero también son clave las acciones que desarrolle la ciudadanía de manera propia para combatir estos efectos. No es azar que precisamente, a la luz de estos debates, mientras las nuevas generaciones consideran que “Facebook es una red para gente vieja”, las cifras de interacciones en esta plataforma lleguen a puntos cada vez más bajos.
Así, la supervisión a los menores, la mayor atención a las cadenas de WhatsApp, el rechazo a la información falsa, a los discursos incendiarios en redes sociales, y la exigencia por mejores estándares en el debate público son cada vez más necesarios ante el comportamiento de las plataformas tecnológicas. No estaría de más que los líderes políticos también se sumaran a este esfuerzo.