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Como si no fueran suficientes los casi 5 millones de muertes, los años de escolaridad perdidos, los millones de empleos destruidos y todo el malestar generado por la pandemia, ahora aparece el desafío de los anti-vacunas. La única estrategia disponible para superar la pandemia es la vacunación, y solo se logrará cuando se le gane el pulso a los que, por convicción o como parte de una estrategia política o económica, buscan deslegitimizar los avances de la ciencia.
Sus argumentos son una combinación de especulaciones sobre las vacunas como causas de enfermedades, referencias bíblicas, conspiraciones disparatadas o el interés en decir que todo el sistema es fallido - incluyendo las vacunas - para mostrarse como la alternativa ante el supuesto caos reinante. Según un artículo en la revista Nature, la causa antivacunas cuenta con más de 58 millones de seguidores de sus redes y cientos de páginas web a nivel global; entre sus victorias está haber frenado el avance de la vacunación en varios países de la Unión Europea y en estados rojos de los Estados Unidos. En Colombia, para no ir muy lejos, vimos la semana pasada un burdo intento de deslegitimar el papel de las vacunas.
El tema no es menor y la capacidad de hacer daño de estos individuos y grupos a través de la promoción de su causa anti vacunas puede traducirse en un período de recuperación global mucho más largo que el previsto (seguramente este es el objetivo de algunos). Lo anterior obliga a adoptar medidas que combatan la difusión de información falsa o tendenciosa al respecto, así como acciones que promuevan cada vez más la vacunación.
Desde la economía del comportamiento hay algunas lecciones que valdría la pena tener en cuenta para lograr este objetivo, y cuya puesta en práctica podría ayudar.
Uno, evitar mensajes que ayuden a reforzar los argumentos de los anti vacunas, como, por ejemplo, el de hablar de las enfermedades que la vacuna no causa; invocar el argumento opuesto ayuda a fortalecerlo (la teoría de no piense en un elefante).
Dos, divulgar los avances de la vacunación y de casos de éxito como aquellas de personas que, tras haberse contagiado han evitado complicaciones de salud por estar vacunadas, en lugar de poner el énfasis en quienes no lo han hecho. Tres, visibilizar los riesgos de no vacunarse, más que los beneficios de hacerlo; pareciera que con lo vivido este año y medio no es necesario, pero recordar tales riesgos tiene mostrada eficiencia.
Cuatro, promover la presión de grupo, entre amigos, familiares y compañeros de trabajo, en tanto los referentes cercanos muchas veces juegan un papel más efectivo que los discursos políticos o la publicidad en medios masivos.
Cinco, implementar incentivos positivos y negativos, como permitir o negar la asistencia a lugares públicos y privados.
Las campañas antivacunas no solo no se compadecen con lo padecido durante la pandemia, sino que son un ataque contra la comunidad científica, y a una sociedad que necesita retomar sus actividades profesionales, escolares, culturales, y de toda índole.
Estados y ciudadanos debemos trabajar de la mano para superar este obstáculo y eliminar los mantos de duda que de manera malintencionada se intentan poner sobre los esfuerzos - esos sí honestos - de pasar de una vez la página de la pandemia.