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“¡Será genial!” afirmó Donald Trump acerca de la llegada al poder de Boris Johnson en el Reino Unido, declaración previsible dada la multiplicidad de aspectos que comparten los dos mandatarios: desde su desdén por la verdad y la ética, hasta su despreocupación por tomar decisiones en contra del bienestar de los ciudadanos y polarizar a la sociedad en el proceso. Así como en el caso de los Estados Unidos, en el Reino Unido el costo de la llegada del nuevo Primer Ministro apenas puede imaginarse.
En su biografía de Winston Churchill, Johnson señala que “las elecciones no se ganan con base en los logros de un político, sino en lo que se promete para el futuro”, fórmula ampliamente utilizada en su campaña con promesas como salarios más altos, incrementos en los presupuestos para escuelas, un mayor número de funcionarios públicos y policías, todo esto, como no, acompañado de una reducción en los impuestos. Que sea imposible alcanzar ambos conjuntos de objetivos simultáneamente es lo que menos importa a la hora de conseguir votos.
Así como no importó en 2016 para obtener los votos por el Brexit, donde Johnson fue protagonista, y cuya estrategia incluyó todos los elementos que posteriormente se popularizarían en el mundo: desinformación, exacerbación de identidades, nostalgia por un pasado imaginario, un salto al vacío sin ningún tipo de seguro.
Distan tanto las promesas de campaña, de la realidad cotidiana del Reino Unido, que luego de tres años de la votación y a pesar de los múltiples intentos por llegar a un acuerdo con la Unión Europea y su posterior ratificación en el Parlamento, reina la incertidumbre tanto a nivel económico como político. Asimismo, quien liderara tal votación, hoy Primer Ministro, no logra generar la confianza necesaria para afrontar los retos del país, con un 58% de rechazo de la ciudadanía y protestas en Londres ante su posesión.
Mientras tanto, ronda la pregunta acerca de las decisiones que se tomarán respecto al Brexit. Johnson afirmó en su discurso de posesión que habrá una salida de la Unión Europea antes del 31 de octubre, pero es claro que no hay una mayoría parlamentaria que apoye una salida sin acuerdo. Y como desde Bruselas el anuncio ha sido no cambiar lo pactado, las razones para la incertidumbre no se disipan.
Seguramente aquí Johnson pueda acudir a la fórmula ensayada una y otra vez por Trump, consistente en deteriorar tanto una situación hasta el punto de que cualquier nuevo acuerdo termine pareciendo como una victoria. Es probable que Merkel y Macron acepten modificaciones menores para evitar la debacle que representaría un Brexit sin acuerdo y con eso darle algo de oxígeno al nuevo líder británico a cambio de cierta estabilidad en medio de la convulsión actual.
Pero más allá del Brexit y estas posibles soluciones temporales, inquieta el papel internacional que pueda jugar un mandatario que llega al poder con prácticas como las ya mencionadas, en un contexto de rápidos cambios en el orden global.
Los estilos a uno y otro lado del Atlántico podrán ser diferentes - con un Johnson mucho más educado, con un rico vocabulario y frecuentes referencias históricas en su discurso - sin embargo, las preocupaciones sobre la democracia, las libertades, y otros valores que están en riesgo, son exactamente las mismas.