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Entre los múltiples efectos devastadores del covid-19 se encuentran aquellos sobre el sector educativo, los cuales amenazan con echar a perder los esfuerzos orientados a superar los obstáculos en materia de cobertura y calidad de la educación en el mundo en desarrollo. Las implicaciones para muchos niños, niñas y jóvenes podrían extenderse a lo largo de sus vidas; afortunadamente, hay herramientas a la mano para evitar que esto ocurra.
Antes del inicio de la pandemia, la situación en países como el nuestro ya era delicada, a pesar de los avances logrados en los últimos 20 años en materia de cobertura en educación básica y media, presupuesto, infraestructura y el casi millón de nuevos cupos en educación superior.
Como es bien sabido, los resultados en las pruebas Pisa distan mucho de ser ideales, muy por debajo del promedio de la Ocde, e incluso de aquellos países que tienen un ingreso similar. Las altas tasas de deserción y la insuficiencia en la oferta educativa - especialmente en las zonas rurales - se suman a los problemas de una infraestructura educativa aún precaria, falta de preparación del cuerpo docente, escasas redes de apoyo y limitaciones en acceso a servicios públicos y conectividad, con lo que se configura un diagnóstico desolador a la luz de los estándares internacionales. Ha habido avances, pero estos son insuficientes para afrontar los grandes rezagos del sector.
Y a este escenario se añade el covid-19. Las medidas adoptadas para contener la propagación del virus podrían significar la pérdida de un año escolar para millones de niñas, niños y jóvenes. En muchos de estos casos, la suspensión de estudios podría ser permanente por presiones económicas y la vinculación al mundo laboral, así sea en condiciones precarias.
Si se tiene en cuenta que en Colombia las personas con educación superior ganan en promedio 3,5 veces más que aquellas con educación básica primaria y 2,2 veces más que aquellas con educación media, a los efectos sobre los procesos de aprendizaje se suman las implicaciones permanentes sobre las desigualdades socioeconómicas. Un retroceso enorme respecto a los logros de los últimos años.
El reto no es nada menospreciable y superarlo requiere de un gran esfuerzo colectivo. Las universidades, por ejemplo, tienen el potencial de contribuir a mitigar estos riesgos a través de programas en los que sus estudiantes acompañen los procesos de formación educativa de los más jóvenes en colegios y escuelas, apoyen a los profesores que enfrentan dificultades en la relación con sus estudiantes - por ejemplo, por carencia de herramientas tecnológicas - y se sumen esfuerzos para evitar la pérdida de un año de estudios y sus implicaciones de largo plazo.
Los estudiantes con mayores dificultades para acceder al sistema educativo en condiciones aceptables no pueden ser dejados a su suerte durante esta coyuntura; y, a pesar de los esfuerzos por evitar que esto ocurra, será necesario ir más allá.
Al mismo tiempo, muchos jóvenes universitarios cuentan no solo con un gran potencial intelectual sino también con un profundo deseo de contribuir en la situación actual. Se requiere un esfuerzo serio que permita crear los escenarios para poner juntos a unos y otros. Tal vez la pandemia nos permita avanzar tendiendo esos puentes.