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Los fallos de la diplomacia bien podrían medirse usando una escala que capture la agresividad de los discursos de los líderes políticos. Entre estos más combativos y beligerantes sean, el mensaje de fondo es que los esfuerzos para tratar los conflictos de manera asertiva son cada vez más mediocres: el ruido de los micrófonos, como remedio a la incapacidad diplomática. La escalada de la crisis en Ucrania tal vez es el mejor ejemplo reciente.
“Sería un desastre para Rusia”, señaló el presidente Biden refiriéndose al paquete de sanciones económicas que desencadenaría una arremetida de Putin sobre el país vecino; “una respuesta ágil, severa y unida por parte de Estados Unidos y de Europa”, amenaza su secretario de Estado, Anthony Blinken; mientras que los ministros de relaciones exteriores de la Unión Europea hablan de “consecuencias masivas”. Del lado ruso, la situación no es mejor, con el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov diciendo que la implementación de nuevas sanciones financieras sobre Rusia llevará a iniciar una nueva guerra civil en Ucrania.
Ciertas declaraciones públicas no solo exacerban el ambiente, sino que también limitan el espacio de los negociadores para llegar a acuerdos, en algunos casos haciéndolo incluso inviable. Adicionalmente, algunos anuncios pueden ir ligados a posiciones que en realidad son imposibles de cumplir, lo que se traduce en una pérdida de credibilidad frente a escenarios presentes y futuros. La presente crisis en el este de Ucrania, sabemos, en buena medida se debe a esto.
Aun así, en Estados Unidos, Europa, Rusia - y también en contextos como el nuestro, para no ir muy lejos -, no es inusual ver supuestos negociadores de paz que, mientras tratan de hacer su tarea - mal -, la ambientan con discursos guerreristas invitando a destruir a la contraparte. Pareciera haber una lógica de que la falta de estrategia y de estudio delicado de las posiciones se puede compensar con declaraciones fuertes en los medios de comunicación; con amenazas, condiciones e imposiciones que poco contribuyen al verdadero objetivo de desactivar el conflicto, y que terminan generando un efecto bumerán que dificulta aún más la superación de la crisis. Más que falta de coherencia, podríamos decir que se trata de una incorrecta comprensión del cargo.
Mientras tanto, los movimientos militares avanzan, al tiempo que se revela la desconexión entre la contundencia de los discursos y los consensos políticos. Ejemplo de ello son las revelaciones acerca de las diferencias entre las percepciones de Estados Unidos y la Unión Europea sobre la inminencia de un ataque ruso y el alcance que debería tener una reacción a este.
Por su parte, Rusia aprovecha el momento para fortalecer sus lazos con un Irán cada vez más radicalizado, a partir de una agenda que va más allá de temas económicos para concentrarse en temas militares y de carácter estratégico. Así, contrario a enfoques pasados donde un adecuado manejo diplomático permitió a Estados Unidos avanzar en negociaciones imposibles - como aquella con China en plena guerra fría - el ruido de los micrófonos de hoy hace que los adversarios se unan y el conflicto se deteriore.
Valdría la pena apagar los micrófonos y apostar por una verdadera diplomacia. Y, de este lado del mundo - ¿por qué no? - tomar nota.