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Un hallazgo interesante de la Economía del Comportamiento es el llamado “sesgo optimista”, concepto que explica por qué los individuos o las instituciones asumen voluntariamente riesgos demasiado altos. Desde esta mirada, esfuerzos insuficientes en la evaluación de escenarios hacen que los riesgos sean subestimados, lo que con frecuencia lleva a la toma de decisiones equivocadas. En muchos casos, por tanto, resulta conveniente una moderación del optimismo.
Según el Premio Nobel de Economía de 2002, Daniel Kahneman, el sesgo optimista aparece en múltiples contextos. Empresarios que deciden ignorar las bajas tasas de supervivencia de nuevas compañías y entran a mercados altamente competidos; constructores que dejan al margen de sus cálculos la aparición de imprevistos y estiman costos demasiado bajos; investigadores que esperan que la suerte juegue en su favor, y que obtendrán resultados en plazos extremadamente cortos, son solo algunos ejemplos.
Esto lleva a los economistas del comportamiento a cuestionar la forma como los individuos hacen planes, ya que normalmente parecen diseñados para aproximarse al escenario ideal, por lo que podrían hacerse más realistas revisando las estadísticas de situaciones similares.
Sin embargo, en la vida real quien asume el riesgo pareciera pensar que tales estadísticas no le aplican; que estas solo son una descripción general de un fenómeno, pero carentes de cualquier capacidad predictiva para la actividad que se emprende. En últimas, la subjetividad en la mirada al proyecto propio involucra tantos aspectos específicos que termina siendo incluso insultante analizarlo a la luz de esas cifras.
Si bien estos errores de planeación son casi una regularidad al analizar individuos - aunque no por eso sea menos preocupante - sí deja mucho qué desear encontrar estos mismos errores al nivel de decisiones que involucran Estados, y donde se esperaría ver mayores esfuerzos para evitar a toda costa las fallas que señalan los expertos.
No ha sido este el caso en la relación reciente del gobierno de Colombia con la dictadura vecina. Ejemplo de esto es el improvisado intento reciente de llevar ayuda humanitaria a un país con un gobierno armado hasta los dientes, civiles también armados por el régimen y el respaldo político y militar de Vladimir Putin y Xi Jinping. Más aún, pareciera haberse ignorado la existencia en Venezuela de una élite política con la disposición de entrar a una guerra de costos incalculables con tal de mantenerse en el poder.
Bajo esas condiciones, ¿no podía hacerse antes una evaluación rigurosa de la situación y optar por mecanismos adecuados para lograr el objetivo trazado? ¿Era acaso realista pensar que la dictadura abriría tranquilamente sus puertas a la entrada de camiones con ayuda humanitaria?, o ¿estamos ante nueva evidencia del sesgo optimista?
Luego del fallido intento de hace unos días, preocupa la manera en que el gobierno de Iván Duque enfrentará esta situación hacia delante, más aún teniendo en cuenta el papel que juega Donald Trump en todo esto.
Al tratarse de asuntos que pueden poner en peligro la vida de miles de personas, así como la estabilidad misma del país y de la región, se esperaría una evaluación más concienzuda de los escenarios y las probabilidades asociadas a ellos. En últimas, el “sesgo optimista” debería recordarnos que, por más que uno lo quiera, no caen muros de Berlín todos los días.