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Uno de los argumentos más recurrentes en defensa de la candidatura y posterior llegada de Donald Trump al poder era su supuesta capacidad negociadora: su habilidad para lograr acuerdos favorables. Los resultados del mandatario, especialmente en la última semana, desmienten tal ilusión y evidencian fallas estructurales en su modelo de negociación.
Se ha pretendido mostrar como un éxito la reunión de Trump con el líder norcoreano, Kim Jong Un. Sin embargo, el texto que resulta del encuentro se caracteriza por la ausencia de una línea de tiempo para la desnuclearización, de mecanismos de verificación y una gran concesión de Trump al suspender los ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur, algo que se resiente en dicho país. Tal acuerdo dista mucho de los objetivos que se había planteado la Casa Blanca y es cada vez más objeto de críticas.
Una primera variable para explicar el pobre resultado de la reunión con Kim es el lamentable record de Trump en generación de confianza: se retira del acuerdo de Paris, rechaza el acuerdo de no proliferación nuclear con Irán, busca renegociar Nafta y dos días antes de su reunión con el líder norcoreano se opone a un comunicado conjunto del G7, entre otros desaciertos de su gestión.
La desconfianza generada por estos comportamientos se podría compensar con un sistema de reglas claras que genere garantías para las partes. Sin embargo, Trump no solo muestra un comportamiento errático, sobre el cual es prácticamente imposible construir acuerdos, sino que impide el surgimiento de tales reglas.
Por ejemplo, el impasse sobre el comunicado que debía emitir el G7 radicó en que este buscaba incluir que sus países miembros se comprometen a trabajar por un “orden mundial basado en reglas”, justamente lo opuesto a lo que sirve al líder norteamericano.
A lo anterior se suma la falta de coherencia en su equipo, donde su Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, afirmó que el modelo ideal de desnuclearización para Corea del Norte era el mismo que hace más de una década se aplicó para Libia, lo que generó enorme malestar en Pyongyang y que Trump posteriormente tuvo que desmentir.
Finalmente, antes de su encuentro con Kim, Trump alardeaba de su falta de preparación para la negociación y que, aún así, podría sacar un gran resultado. Saliendo de la reunión del G7 afirmó que la negociación sería resultado del “impulso del momento” y que en el primer minuto sabría si era posible convencer a Kim de abandonar su programa nuclear.
Todo esto parecería un simple alardeo, de no ser porque incluso los miembros de su equipo coincidían en que, en lugar de preparación, Trump actuaría “de acuerdo con lo que le dijera su instinto”.
La desconfianza, falta de reglas, incoherencia e improvisación en el gobierno de Trump hacían inviable obtener un acuerdo que diera mayores elementos de tranquilidad acerca de un proceso verificable de desnuclearización, como se pretendía desde Washington.
Quienes han analizado a Trump como negociador coinciden en que, contrario al mito creado en torno suyo, sus escasas habilidades de persuasión y su desesperación a la hora de buscar acuerdos lo llevan a hacer enormes concesiones, o a patear la mesa. Algo que es muy preocupante si lo que está en juego es la estabilidad mundial.