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La palabra “emprendimiento” normalmente se asocia con un entorno optimista, pues gira alrededor de la emoción que surge de pensar en grande y de perseguir los sueños. Es común oír historias de emprendimiento que rompen barreras con recursos limitados, persisten durante la adversidad, cruzan tormentas y superan crisis de marca mayor. Pareciera que siempre son películas, que terminan con un “final feliz”.
No obstante, estamos empezando a percibir que algunas empresas que apreciamos hoy están presionadas por sobrevivir. Oyendo el tono de las conversaciones recientes, pareciera que ahora nuestra comunidad emprendedora está cada vez más consciente de que hay momentos en que las cosas pueden salir mal, pues sentimos de cerca la turbulencia y el mal tiempo.
Todos vemos a la inflación y a la devaluación desmesuradas, a las altas tasas de interés frenando el consumo, a inversionistas cautos frente al país que los llevan a posponer proyectos. Oímos a empresarios y gremios nerviosos, sin confianza ni claridad frente al desarrollo de la economía y la política pública. Leemos titulares angustiantes con relación a la estabilidad económica, al crecimiento y a la percepción internacional sobre el riesgo país.
Sin duda estamos vulnerables, y en este escenario muchos emprendimientos tienen menos caja para pagar las cuentas y menos interés por parte de los fondos de riesgo en apoyar innovación y desarrollo de nuevos mercados. Más bien, se está exigiendo rentabilidad, aun cuando todavía varios emprendimientos no terminan de estar consolidados. Hay quienes venían contando unas historias relevantes de crecimiento y levantamiento de capital global hasta hace pocos meses, que ahora se están viendo presionados para subsistir.
Sin embargo, debemos recordar que ha habido otras ocasiones en que el país y sus empresarios han superado situaciones extremas. No podemos olvidar que hubo años en donde nos alcanzamos a preguntar si éramos viables como Nación, o si nos era posible construir empresa dentro de un escenario violento y turbio. Hubo generaciones emprendedoras de otras épocas que enfrentaron un entorno caótico, pero que encontraron un camino para mantener sus proyectos empresariales a flote. Hoy, a muchos de éstos que sobrevivieron los vemos como empresarios consolidados, que con estoicismo actuaron decididamente y encontraron formas para superar sus propias crisis.
Si uno escucha las historias de los líderes empresariales de aquellas épocas, encuentra que hubo colaboración entre ellos, espacios de discusión en grupos que analizaban y proponían alternativas, y voces que se expresaron frente al deber ser. Hubo liderazgo en la construcción de confianza, y arduo trabajo de empresarios locales audaces que creyeron y se movieron para que unidos contribuyeran a sacar adelante al país; en fin, hubo acciones comprometidas con la esperanza de un futuro más halagüeño.
Aunque hoy vivamos en un país interconectado a prácticas y a mercados globales, es imperativo hacer un llamado para que nuestros propios emprendedores amplifiquen su voz y su liderazgo, de manera que seamos más visibles frente a la sociedad en la formulación de soluciones autóctonas. Es cierto que estamos presionados, pero compartamos nuestra visión y comentemos cómo planteamos superar esta tormenta. Inclusive, de pronto es útil presentarnos como actores unidos frente a la opinión pública, guiando la interpretación de nuestra actualidad y promoviendo ideas que ayuden a reconstruir la confianza requerida para marchitar el ciclo de negatividad en el que nos encontramos.
Es nuestro turno, y debemos redoblar esfuerzos para fortalecernos como una comunidad emprendedora que participa y actúa, tal como lo hicieron nuestros antecesores empresariales cuando vivían en un país más parroquial.