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Justo en estos días en que analizaba con mis estudiantes de periodismo de La Tadeo, la imperante necesidad de los medios de cobrar por los contenidos, se dio el anuncio de El Espectador y de Semana. El primero cobra cuando un usuario consuma más de 20 contenidos al mes. El segundo, de momento exige un registro para saber quién lo está leyendo, sin cobro. En la discusión en clase, entendimos que el problema es que para el común de los usuarios, la información es algo que nos merecemos, algo público a lo que tenemos derecho. Y como hoy está tan de moda exigir derechos y olvidarnos de los deberes, pues ahí está. Los periodistas soportamos insultos y reclamos de un montón de usuarios que no están pagando pero si están exigiendo. ¡La industria informativa se hizo un daño terrible al regalar su producto en internet durante 20 años! Es tal vez la única industria que siguió cobrando por su producto tradicional (el papel) y al mismo tiempo lo regala en el envase digital. Es como si Coca-Cola cobrara por la gaseosa en botella mientras regala la lata.
La parte más compleja va a ser educar al usuario. Que entienda que si bien la información es un derecho, alguien tiene que pagarle a quienes lo producen.
Pero hay buenas noticias. Las nuevas generaciones, los muchachos en sus veintes, de nuevo, como sus abuelos, tienen una cultura de pago. Sagradamente pagan su cuenta de Netflix y Spotify o Apple Music. Eso es una base fuerte para que les parezca natural pagar ahora por las noticias, algo que no ocurrió en la generación anterior. El problema es que no les interesan las noticias. Pagan por el entretenimiento, pero la información como de lejitos. ¿Qué hacemos? ¿Alianzas? ¿Netflix más tres periódicos por $40.000? ¿Spotify más tres revistas por $25.000? ¿Alianza con el operador móvil para que en el plan pospago se incluya acceso ilimitado al periódico o revista de su elección?
De cualquier manera, recibir ingresos directamente de los lectores, es el escenario ideal para esta hermosa industria. El sueño de todo periodista es trabajar para su público. Es crear contenidos para que alguien los consuma, no para satisfacer los caprichos de los anunciantes. El New York Times lleva seis gloriosos años recibiendo 60% de ingresos por parte de los suscriptores, mientras la publicidad se contrajo a una tercera parte del total de sus ventas. Ese es el sueño de todo periodista, saber que su trabajo es valioso para alguien. Mientras los recursos no provengan del usuario sino de los anunciantes, no se puede hablar de una verdadera libertad de prensa, pues siempre estará la presión de no embarrarla con quien está financiando el negocio. La verdadera libertad se da cuando cambiamos de jefes y ya no publicamos buscando con ansias el clic barato para poderle mostrar millones de clics al patrocinador, sino cuando escribimos o hacemos un video porque hay alguien detrás de la pantalla que pagó por verlo y merece lo mejor.