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Sorpresivamente se nos fue María Isabel Murillo “Misi”. Pero sus grandes ideas de negocio no pueden irse con ella. Misi fue una visionaria. De las pocas que le ha apostado en serio a la industria del arte y el entretenimiento en Colombia. Tuve la fortuna de conocerla, de quererla, de admirarla, de cantar sus canciones desde que tengo uso de razón, y tuve la dicha de tener una relación cercana con ella desde que yo era niño y hacía parte de los espectáculos de teatro musical que ella misma ayudó a crear en los años ochentas.
Misi nos enseñó que se vale soñar, que hay que pensar en grande y que no hay que dejar de tocar puertas porque detrás de esa que nos da temor tocar, puede estar el sí que necesitamos. Y no es el discurso barato posmoderno de emprendimiento que hoy cualquiera reza. En ella era auténtico. El empeño que le ponía a cada uno de sus sueños es digno de imitar por cualquier empresario. Siempre decía: “nada pierdo con preguntar, por mucho me dirán que no”. Y basada en esa filosofía, logró ser la mayor empresaria de teatro musical en Colombia y una de las más relevantes de América Latina. Con “por mucho me dirán que no”, logró que le prestaran un avión presidencial para llevar a sus niños a cantar a Disney.
Logró hazañas como presentar en Broadway, un musical ciento por ciento colombiano, al lado de clásicos que llevan más de 20 años en escena. Logró los derechos en español de musicales de la talla como West Side Story, Annie y Aladín que solo se los dan a las grandes compañías de teatro del mundo. Ha hecho que cientos de artistas puedan dedicarse a su pasión no como una simple afición sino como una carrera profesional. Cada una de sus letras y sus melodías eran majestuosas. Creó una tradición de 31 años de shows de navidad.
Nos enseñó que siempre hay que dar lo máximo: sin tener una competencia fuerte en Colombia, pudo haberse dedicado a producir musicales mediocres, doblando o con pocos músicos y tres niños medio moviéndose, pero no. Siempre acudió a las filarmónicas en vivo y nunca escatimó en gastos de producción.
Siempre se rodeó de los mejores y no pretendía hacerlo todo sola, sabía que en el equipo estaba la clave. No le temía ni le tenía rencor a la competencia ni a quienes se formaron en otras escuelas de teatro. En varias ocasiones en este mismo periódico cuando yo era reportero hace unos 15 años, Misi fue portada: se atrevía a hablar del negocio del teatro musical en Colombia cuando nadie lo hacía. Su libro “El escenario de mi vida” es un deleite de aprendizajes para cualquier emprendedor.
Dejó un gran proyecto en veremos que con inversión público-privada debe salir adelante: Proscenio, un ambicioso centro cultural y artístico en plena rosa de Bogotá que ahora más que nunca debe hacerse realidad. ¡Te amamos Misi! Gracias por deleitarnos con tu música y por hacer que el arte sea un negocio rentable y digno.