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El mayor problema de los disturbios que está viviendo Latinoamérica, es que se está juntando la anarquía del pueblo con la anárquia informativa.
No voy a discutir sobre las razones de las protestas porque no quiero que quemen este periódico. Pero si sobre la romantización de los hechos en la era de la democratización de la información.
Antes de las redes sociales, cuando los medios de comunicación tenían el monopolio de la información, cualquier acto vandálico era reprochable. La diferencia entre lo malo y lo bueno estaba bien definida, no había medios tonos. Una manifestación violenta era reportada por los medios como eso: una manifestación violenta. Hoy no siempre es así.
La histórica movilización contra las Farc en 2008 que inició en un grupo de Facebook, unió a todo un país en contra de un enemigo común. Éramos todos contra los terroristas.
Antes era evidente que los medios apoyaban el orden y no el caos. Hoy la guerra de los medios en su afán de competir con las redes, se basa no siempre en informar sino en ganar clics. Para eso un titular polémico, escandaloso y absurdo, funciona perfecto. Lo populista, lo que la gente quiere escuchar, le gana a la verdad.
Hoy cualquiera puede inventar que los violentos son policías encubiertos de bandidos. Miles de retuits, clics fáciles y millones de mentes dañadas, llenas de odio y con ganas de quemar todo. Hoy cualquiera vende la imagen de que el estudiante por el solo hecho de serlo, se blinda y puede hacer lo que le dé la gana.
Cualquiera abre un medio de comunicación, un Twitter y arbitrariamente cambia la historia a su acomodo, y satisface las necesidades de esa audiencia que está inconforme con la realidad.
A eso sumémosle que la información ya no es solo local sino global. No hay límites geográficos ni de veracidad. Todo es relativo. El peligro es que la información viaja desde otro país sin el contexto de su coyuntura y de su cultura y se aplica a otra nación sin más.
Rebeldes quemaron Quito, Santiago, La Paz, Bogotá, Ciudad de México y demás. Animados por ese apoyo de sus hermanos hispanos, la fuerza izquierdista se siente con derecho de hacer lo mismo para acabar con el gobierno, el patriarcado, la oligarquía, la iglesia, el Esmad… cualquier figura de autoridad que ahora llaman opresores.
Líderes como Gustavo Petro, respaldan irresponsablemente esas protestas violentas que vienen a matar, robar y destruir y tienen la osadía de tildar de doble moralistas a quienes nos indignamos con los daños en el monumento a Los Héroes pero aprobamos el metro “corrupto” de Peñalosa que va a hacer mover el monumento. Así, sin más, pone en el mismo nivel destruir y trasladar. Aleatoriamente y sus seguidores repiten esas premisas.
Otros indican que los sueldos que cobran los congresistas son un saqueo peor que el de los vándalos en los comercios de las ciudades. Todo es justificable.
Mucho se habla sobre el lado bueno de la democratización de la información, pero es pecado mencionar los riesgos de eliminar esa labor que daban los medios al filtrar los mensajes. Educación no es solo asistir a una universidad. Es entender que no solo se tienen derechos, sino deberes, como transmitir mensajes con responsabilidad.