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Iniciando este siglo, Fedesarrollo patrocinó unos ensayos (publicados luego en un libro en el 2002) como parte de una misión en la que participaron investigadores locales y extranjeros. Estaban liderados por uno de los más citados economistas políticos del mundo: Alberto Alesina.
Precisamente Alesina, quien murió prematuramente este año, escribió el capítulo sobre Banca Central con dos economistas locales. Es oportuno repasar lo que allí se decía ahora que se discute (y podría definirse para cuando esta columna aparezca publicada) el relevo del gerente del Banco de la República.
Los expertos reconocían que las reformas de la Constitución de 1991 incrementaron la independencia del Banco. Añadían que la justificación era “evidente: si los políticos (el legislativo o el ejecutivo) tienen control y una supervisión directa y permanente sobre la política monetaria, pueden verse tentados a poner en peligro la estabilidad monetaria de largo plazo en aras de obtener beneficios de corto plazo”. Pese a los avances, se lamentaban porque esa reforma, “resultado de presiones contradictorias, produjo un arreglo institucional insatisfactorio”.
Para corregir el arreglo agridulce proponían varias enmiendas. La primera en la lista: remoción de cualquier miembro del ejecutivo de la junta. También sugerían alargar el período del gerente para evitar coincidencias con un nuevo ejecutivo que pudiera inmediatamente elegir a un nuevo gerente. La justificación, no debo repetirla, era “evidente”. Estaban preocupados por la influencia del ejecutivo en el emisor.
Pero la sugerencia que más llama la atención (ya verán por qué) es la siguiente restricción que planteaban para quien pueda ser designado como miembro de la junta o como gerente: no debería permitirse “a alguien que en la actualidad tuviera una posición en el ejecutivo o la haya tenido en los dos años previos”.
Esta propuesta de reforma no fue adoptada. Así que nada de esto sería noticia si no fuera porque uno de los expertos locales que llegó a estas conclusiones fue Alberto Carrasquilla, Ministro de Hacienda y candidato a suceder al actual gerente. El Ministro está buscando lo que, expresamente, su análisis recomendaba prohibir.
Convendría que Alberto Carrasquilla converse con Alberto Carrasquilla, o le de una releída al ensayo de su … ¿homónimo? De hecho, no es la primera vez que quisiéramos que Carrasquilla le pare bolas a Carrasquilla, como alguna vez lo indicó mi colega Marc Hofstetter.
Es tarde, pues el Ministro confirmó su intención de ocupar la gerencia del Banco. Al parecer, el gobierno lo respalda con toda su artillería, al menos a juzgar por el tempranero trino de martes festivo que lanzó el expresidente Uribe afirmando que Carrasquilla “ha sido gran Ministro, exitoso en las crisis y en poner la economía a crecer, no es político, se podría decir que pésimo político. No se entendería que en el Banco de la República lo veten por haber sido Ministro del Gbno que presidí.”
Sobre las cualidades como Ministro, los balances no son los más alentadores. Al Ministro le han criticado con argumentos sólidos, entre otras cosas, sus iniciativas tributarias, el manejo de las cuentas y la regla fiscal y la lentitud y timidez en las medidas para proteger el empleo por la crisis de la pandemia. En cierto sentido, el Ministro ha sido heterodoxo cuando ha debido primar la ortodoxia, y viceversa.
Pero más allá de si es economista o político y reconociendo que el desempeño en una tarea tan exigente siempre será debatible, el propio Ministro escribió hace dos décadas las razones de peso para objetar su gerencia del Banco de la República.
Grave que las ignore porque como lo muestra un trabajo de Marcela Eslava, los miembros de la junta que ahora deben elegir gerente no sólo tienen incentivos para construir una reputación de independencia sino también, en ciertas circunstancias, para mostrar cercanía al gobierno. Que exista un candidato tan decididamente del gobierno no hace sino exacerbar esa presión.
Ahora, si queremos aferrarnos al optimismo, podemos agregar más ingredientes a este enredo sólo imaginable en un país como Colombia. Resulta que el otro coautor del estudio es Roberto Steiner, actual miembro de la junta y encargado con sus compañeros de elegir al sucesor de Juan José Echavarría.
Las coincidencias no paran ahí. Echavarría, por su parte, era el director de Fedesarrollo para la época de la misión y la elogiaba en el prólogo porque “se privilegia lo factual sobre lo especulativo (…) y lo normativo sobre lo positivo”, rematando que cada capítulo tiene “recomendaciones precisas sobre las reformas institucionales que deberían acometerse para aliviar los problemas identificados en el diagnóstico”.
Confío en que Juan José, Roberto y los demás miembros de la junta no hayan olvidado los resultados de estos estudios. Y que, recordándolos, hayan dado y ganado la lucha por evitar que se ponga en riesgo una independencia que no sólo ha dado buenos resultados, sino que una vez comprometida puede ser muy difícil de reconstruir.