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La respuesta del gobierno a las críticas por la demora en la llegada de las vacunas al país era una apuesta, al menos en el papel, razonable: de poco sirve iniciar pronto si no se arranca a paso firme. Colombia, nos decían, podría no ser el primero en la región en transmitir el “show” de la primera vacuna contra el covid-19, pero estaría preparado para garantizar un suministro y distribución suficiente para lograr su meta de inmunizar a 35 millones de personas en 2021.
Como anotábamos en esta columna hace un par de semanas, la llegada tarde a la línea de largada no impidió que políticos de todos los niveles, del Presidente para abajo, se esmeraran en el show mediático con posibles costos para la credibilidad del proceso y contra su propia consigna de no “politizar” la vacuna.
No quiero ser ave de mal agüero, pero a dos semanas de iniciado el proceso, la información disponible indica que no sólo fallamos en la promesa de evitarnos el espectáculo de arranque, sino en la de estar preparados para la carrera.
El primer problema está en eso, en la información disponible. El gobierno no tiene un tablero de control transparente sobre el avance de las vacunas. Por fortuna, algunos ciudadanos excepcionales compilan la información y hacen las gráficas amigables del avance, como Silvana Zapata Bedoya, Rafael Unda y Pilar Sáenz.
El resultado no es nada alentador. En cuestión de días, el cuello de botella en Colombia pasó de ser la cantidad de vacunas disponibles (aún muy escasas) a la lentitud en su distribución. Entre las gráficas más llamativas de Rafael Unda (quien, además, monitorea los datos de casos y muertes por la pandemia en Colombia), una muestra la evolución en el tiempo de las dosis disponibles y las aplicadas. Las dosis disponibles crecen por escalones, cada vez que llegan cargamentos con miles de vacunas. Por debajo, creciendo lentamente con tímida escalada, va la serie de dosis aplicadas que, a 28 de febrero, no cubría ni la mitad del terreno de las disponibles.
A este mediocre comportamiento promedio se suma la tragedia de siempre en Colombia: la desigualdad regional. Mientras algunos lugares avanzan a un ritmo que les permite aprovechar una buena porción de las dosis asignadas (en la actualización de estos datos a 28 de febrero, por ejemplo, Bogotá había aplicado el 93% de las suyas), otros no distribuyen ni una de cada cinco (Chocó y Guaviare el 12%, Arauca, Casanare y Putumayo el 13%, Guajira el 14% y Córdoba el 17%).
Mientras tanto, entre la fatiga pandémica y la celebración por la rápida caída de la segunda ola de contagios, el público parece haber olvidado que la pandemia no se ha acabado. Hace unos meses, yo compartía como curiosidad las anécdotas de encuentros con quienes ya hablaban de la pandemia en tiempo pasado. Hoy, los excéntricos parecemos quienes conjugamos en presente.
Pero como lo indica este análisis de mi colega Jorge Tovar, otro observador y analista disciplinado de los datos, habrá tercera ola. Confiados en la lenta mutación del virus, regiones y países que sufrieron mucho al inicio podían encontrar algún consuelo en que, a la larga, mirado en retrospectiva tras varios meses, esto sería una especie de pago por adelantado. Más “inmunidad de rebaño” por exposición natural al virus y menor sufrimiento en olas posteriores. Como arrancar una cura de un tirón. Pero llegar a esos niveles no sólo resultaría costosísimo para la salud y la economía, sino que ya existen variantes, como la “brasilera”, más contagiosas y aparentemente más hábiles para esquivar anticuerpos produciendo reinfecciones.
Aunque la efectividad de las vacunas frente a las variantes es aún desconocida, hay algunas esperanzas. Si no lo son, al menos debemos evitar más oportunidades de mutación y eso sólo se logra con las vacunas. Y tener la capacidad montada para nuevas campañas de vacunación, si fueran necesarias, de variantes de vacunas contras las variantes del virus. Por lo pronto, esa capacidad no se ve por ningún lado, ni en el tablero inexistente del gobierno ni en los que los ciudadanos le han hecho el favor de producir.