Analistas 21/04/2025

Buenos muchachos

Lewis Acuña
Periodista
La República Más

Ya solo me queda un amigo desde la infancia y todos están vivos. Era un número cabalístico. Eran tres. No necesitaba más. Todos exitosos en su campo profesional, aunque tuvimos todas las oportunidades y facilidades para llevar una vida totalmente diferente y, con seguridad, llena de carencias si sobrevivíamos a la vertiginosa adolescencia.

Los amigos siempre encuentran en lo común su lazo. El nuestro surgió de la ausencia de nuestros papás y unas madres aguerridas empeñadas en no dejarse vencer por los retos de ser cabeza de hogar. Muchas horas libres sin supervisión y un barrio hermoso que aún estaba en desarrollo. Muchos campos verdes. Mucho amor por el fútbol, las canicas, las escondidas, el trompo. De la generación de menores de edad fuimos los más jóvenes. Nos conocimos a los 10. Los mayores eran la trampa.

Provenientes de distintos sectores ya traían un camino recorrido donde los juegos que tanto nos gustaban eran cosa de niños. Ya habían atravesado el portal del alcohol y las drogas. Lo hacían frente a nosotros. También eran un grupo de amigos. Los pequeños éramos quizá 10 o 15 en total, pero uno siempre tiene su círculo vital.

Ellos peleaban en las calles, nosotros, rodábamos en nuestras bicicletas. Ellos se estancaron, algunos se hundieron y de otros, nunca supimos más. Pero nos tuvimos siempre a nosotros desde entonces y aun cuando al crecer bebimos litros de conversaciones y cientos de amaneceres despiertos con la música del momento que se convertiría en nuestros clásicos, nos apoyamos con la acción y el ejemplo para no saltar de carril.

Nos sentimos hermanos. Nuestras mamás avalaron nuestro sentimiento con su aceptación. Cada una nos acogió a todos cuando fue necesario. Universidad, trabajo, hogares propios empezaron a desfilar frente a nuestros ojos. Todos orgullosos. Todos celebrándonos. El volumen estruendoso de la música ya no provino más de nosotros.

Han transcurrido treinta años y sobrevivimos a la falta de frecuencia física. Esa de cuando la suave melodía de ser adultos nos llevó a encuentros esporádicos. La factura de la madurez nos empujó a ser más cautos y a cambiar. Vivimos nuestro lazo en la esencia de lo que fuimos. Aunque no perdemos contacto, ya no somos los mismos. Esa es mi experiencia.

“Amistad” es un precioso ensayo compartido sobre un vínculo que nunca terminará de interpretarse de forma unánime ni en sus razones ni en sus finales y que refleja historias como la mía, a quien solo le queda un amigo desde la infancia: el profundo amor que siento por ellos.