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Asegura sin titubear Mario Vargas Llosa que la «huachafería» es una aportación del Perú al mundo. Es su extraordinaria ofrenda a la cultura universal, pero su origen, sería colombiano.
Hacia 1890 llegó a Lima, al parecer, una pareja colombiana bastante modesta que se instaló en una calle próxima al cuartel de Santa Catalina. Las hijas de esta pareja, unas jóvenes alegres, hacían fiestas bulliciosas a las que acudían vecinos de la zona y sobre todo, oficiales del cuartel. La familia colombiana llamaba a esas fiestas «guachafas» y, por asociación, la gente del vecindario, a la que se le hacía difícil pronunciar el nombre de las anfitrionas, les puso el apodo de «huachafas».
“Como se trataba de chicas de clase media modesta, algo presuntuosas, que trataban de aparentar tener mejor posición social de la que en realidad tenían, la palabra pronto adquirió una connotación relacionada con el mal gusto y la cursilería” cuenta Toño Azpilcueta, el protagonista de esta novela que transcurre en los 90, en medio de los ataques terroristas de Sendero Luminoso.
Él es un experto en criollismo y su utopía es que “la música criolla va a unificar al Perú de forma definitiva, que el Perú va a descubrir el extraordinario aporte de la «huachafería» y que eso va a generar un orgullo nacional que integre por fin a todos los peruanos”, pese a sentirse un tanto resentido por la falta de reconocimiento por parte de los “intelectuales de la élite”, defiende sus ideas sobre la «huachafería» y el poder aglutinante de la música con gran firmeza.
Lo «huachafo», dice Vargas Llosa en una entrevista con su editorial, que “se considera por parte de ciertas personas algo despreciable, de baja estofa, de mal gusto, pero debería ser al contrario, debería ser aceptada y los peruanos tendrían que sentirse orgullosos de ella. Es como una variante peruana de la cursilería, una caricatura de ciertas formas que están en la manera de hablar, de sentir, de informarse, de expresarse, y eso impregna todo: la política, la cultura, la sociedad”.
Confiesa el escritor su atracción por la música criolla y la constante presencia de los ritmos peruanos en su vasta obra, pero que esperó hasta sus 87 años para que fuera el asunto central en una de ellas, mezcla de novela y ensayo, que adelanta un gran final: “Le dedico mi silencio” es el penúltimo libro de Vargas Llosa. Un ensayo sobre Sartre será lo último que escriba.