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En los últimos años la productividad mundial ha aumentado muy poco y el crecimiento se ha estancado. La solución radica en los emprendimientos que potencien las tecnologías digitales y sus efectos amplificadores como motor de la reactivación.
Entre 1990 y 2018, la productividad de Estados Unidos aumentó a un ritmo de sólo el 0.5% anual. Esta tasa fue incluso negativa en Japón (-0.4%) y el Reino Unido (-0.2%), y similar en otras economías industrializadas como Alemania (0.4%). En América Latina la situación no es muy diferente, con variaciones del -0.5% en Brasil, 0.7% en Argentina y -0.7% en Colombia.
¿Por qué son dramáticos estos números? Porque la productividad es el motor del crecimiento. Es cierto que una economía también crece acumulando capital físico y capital humano, pero los efectos positivos de estos tipos de capital se agotan con el tiempo. En cambio, la productividad tiene efectos multiplicadores y por ello su reactivación es prioritaria.
Históricamente, la productividad ha aumentado por el aporte de nuevas tecnologías y de mejoras en la eficiencia de los sistemas económicos, pero en el origen del crecimiento económico moderno siempre es posible hallar disrupciones tecnológicas que adoptaron la forma de nuevas máquinas para producir o de complementos que mejoraron la performance de los trabajadores. Y en cualquiera de los dos casos se obtuvieron aumentos en la productividad y en el crecimiento.
En la actualidad, las tecnologías digitales en particular y las tecnologías de la información y la comunicación en general son las más prometedoras porque crecen exponencialmente; son bienes no rivales (su uso por parte de una persona no disminuye las posibilidades de uso para otra persona), tienen costos marginales de producción cercanos a cero y generan efectos transversales a muchos sectores de una economía. Además, este tipo de tecnologías está reconfigurando las economías al acelerar la transferencia de recursos hacia sectores productores de servicios y a aumentar la importancia de los activos intangibles en relación a los activos tangibles.
Para que las tecnologías digitales maximicen su impacto sobre el crecimiento, es necesario que el sector privado y el sector público aúnen esfuerzos para aumentar la capacidad de un país para innovar y fomentar los emprendimientos digitales. Innovar implica cambiar los procesos por los cuales una organización transforma trabajo, capital, materiales e información en productos y servicios de mayor valor. Pero no todas las innovaciones tienen los mismos resultados. Algunas producen mejoras que permiten a países y empresas continuar siendo competitivos (por ejemplo, un ordenador que funcione más rápido) y otras permiten “hacer más” con menos recursos (es decir, innovaciones en procesos). Es evidente que ambos tipos de innovación hacen más competitiva a una economía y liberan recursos para futuras inversiones, pero ninguna de los dos constituye, en realidad, un motor del crecimiento.
Para aumentar la productividad y el crecimiento debe fomentarse un tercer tipo de innovación, que es el que crea nuevos productos y, como resultado, nuevos mercados, y que necesita de un contexto adecuado en términos de infraestructura, educación, transporte, comunicaciones e instituciones. Las tecnologías digitales pueden enmarcarse dentro de este tipo de innovaciones, y es en ellas, por lo tanto, donde deben focalizarse todos los esfuerzos si se pretende que la economía vuelva a crecer de manera sostenida en el tiempo.
Mgter. Lucas Pussetto. Docente de la Maestría en Gestión de la Innovación y Emprendimiento Digital de la Universidad Sergio Arboleda y Director Académico del Instituto de Investigación y Educación Económica (Argentina).