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La corrupción no se acabará con una cantidad de normas incomprensibles que engrosan códigos interminables. Si fuera por las normas, el Código Penal y su amenaza de prisión debió ser suficiente aliciente desde hace mucho tiempo para contrarrestar el nefasto fenómeno.
Para realmente combatirla requerimos profundos cambios culturales y, paralelamente, garantizar la llegada de servidores públicos intachables, llenos de carácter y valor civil para no dejarse tentar por los millonarios montos que ven pasar ante sus ojos todos los días.
Mientras algunos pretenden, con una visión cortoplacista de búsqueda de votos, disminuir el salario a los servidores públicos de mayor rango, la realidad es que existen ya suficientes talanqueras para que talento de todas las regiones del país pueda acceder a los mejores servidores públicos:
• Una remuneración poco competitiva frente al sector privado, especialmente en cargos técnicos y de toma de decisiones.
• Mala reputación del sector público, que tiene el signo de “corrupción” en el inconsciente colectivo, y que, infortunadamente, puede cerrar puertas para posterior ubicación laboral.
• Legislación que no permite ingresar a empresas del sector en los que la persona trabajó en el sector público, que disfrazada de normatividad “anticorrupción” lo único que logra es presumir la mala fe de los servidores públicos.
• Peligro de seguridad personal y familiar: una carga profunda que no todos están dispuestos a asumir.
• Riesgo de persecución de instancias de control: la posibilidad de terminar enredado judicial y económicamente por simple interés político se ha vuelto una fórmula para detener el ingreso de excelentes profesionales al servicio público.
• Un gran centralismo: la gran mayoría de cargos públicos, especialmente los mejor remunerados, están ubicados en la capital del país, generando un desarraigo que no todos los buenos profesionales quieren asumir.
Debemos cambiar la manera de atraer el talento humano al servicio público, y por ello, considero necesario:
1. Repensar la materia de remuneración: mejor tener menos personas mejor remuneradas que una gran burocracia con muchas cabezas sin mucha claridad en sus funciones.
2. Completa transparencia en el servicio público: urge saber, a todo nivel y en todas las entidades, quién se reúne con quién, sus objetivos, cualquier regalo que reciban, entre tanta otra información que los ciudadanos debemos conocer. Rendición de cuentas y publicidad de patrimonios.
3. Exigir una real meritocracia para todos los cargos, con pruebas sicotécnicas independientes que la respalden, y en especial para aquellos de instancias de control. El mérito público debe medirse, como mínimo, en formación, liderazgo personal, transparencia, compromiso social y capacidad ejecutiva.
4. Darle un vuelco a la relación público-privada en materia laboral: debemos evitar un veto velado que existe para que servidores públicos ingresen a empresas privadas. Es una relación que debe partir de la buena fe.
5. Descentralizar muchas instituciones estatales: el Estado debe dar ejemplo de descentralización de instituciones de manera física. No requeriremos desarraigar miles de familias en búsqueda de un incierto futuro laboral y generaremos mayor de la cacareada “equidad” con muchas zonas del país. Pasarían cosas maravillosas en un país así.
Sólo un buen servicio público, con personas capacitadas y honestas, sabrá acabar con la corrupción y devolver la confianza a la Democracia.