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La Federación Nacional de Cafeteros de Colombia está cumpliendo 90 años y tiene el reto de mantener la caficultura a tono con las condiciones de desarrollo y disponibilidad de mano de obra que, conjuntamente con la volatilidad climática y los vaivenes del mercado internacional y la tasa de cambio, generan unos desafíos no fáciles de agenciarlos. Sin desconocer que la tradición gremial de la Federación, con la administración del Fondo Nacional del Café, ha dejado un legado fundamental en la consolidación de la cultura cafetera, también es necesario aceptar que muchas de las “verdades” del manejo de la política cafetera en el país son controvertidas. Los 90 años no pueden ser el escudo que impida la revisión necesaria, y a veces muy urgente, de la política y gestión gremial cafetera.
La Comisión Cafetera entregó el informe de estudios para la competitividad de la caficultura, que resultó ser muy completo y que no ha sido todavía completamente decantando por la Federación, y que pone en tela de juicio muchas “verdades” cafeteras. En efecto, decisiones que se convirtieron en “verdades” que degeneraron, con el paso de los años, en dogmas intocables y hasta protegidos con la hoguera o el destierro del gremio para aquellos que han osado controvertirlos.
Verdades como la defensa a todo costo de la calidad del café nos hizo mucho daño, especialmente a los cafeteros rasos, y solo recientemente hemos seguido el ejemplo de otros muchos países que optaron por la diversidad, seguramente hay que profundizarla. También está en entredicho la política según la cual la institucionalidad debe garantizar en todo el país la compra, pues en muchos lugares los privados lo hacen hasta mejor que la Federación. Tradicionalmente se ha criticado, sin mayor éxito, la manera de operar de la Federación que mantiene una doble posición como agente en el sector y determinador de la política, cuando en muchos sectores se han ido separando ambos roles por el riesgo moral que implica. Se ha criticado la proporción de traslado de recursos a los Comités Departamentales, frente al porcentaje que se queda en la oficina central, hay que pasar necesariamente a una mayor descentralización. Igualmente se ha denunciado el destino de recursos de la contribución cafetera a gastos no cafeteros, pues es bien claro la necesidad de focalizar las inversiones en el café y no en suplantar al Estado en las regiones.
Una de las herramientas más importantes para la política cafetera es la Contribución Cafetera, con la cual se financia parcialmente el Fondo Nacional de Café que cumple responsabilidades comerciales, institucionales e industriales. Es el mecanismo vital para asegurar el bienestar de la caficultura y por ende de los cafeteros. Una refocalización de los gastos buscando un impacto más efectivo en las variables de eficiencia cafetera, debe ser acompañada de una reinvención de la contribución. Hay serias preguntas sobre el valor que el Fondo paga a la Federación por su administración. Es evidente que hay que exigirle a la Federación mayor eficiencia y superiores resultados financieros en la operación comercial y de empresas del sector como Almacafé. La nueva contribución cafetera debe ser un mecanismo flexible, contracíclica, ligada al precio y no a la cantidad exportada. La experiencia ha mostrado que la actual contribución de seis centavos por libra exportada es insuficiente en escenarios de baja producción y no permite el ahorro para escenarios de precios deprimidos con lo que el Presupuesto Nacional, a través de subsidios, termina pagando el déficit.
La renovación en la Gerencia Comercial es también otro pendiente. Esta gerencia ha estado en manos de personajes como Juan Camilo Restrepo, Juan Lucas Restrepo y el mismo Roberto Vélez. Un gremio con 90 años de existencia tiene una gran experiencia, y a su vez recae sobre él una gran responsabilidad de adaptarse a las nuevas realidades.