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El Papa solo vivió 19 horas y media después de la bendición del Urbi et Orbi; su partida ha marcado una contrarreloj que va hasta el 11 de mayo para elegir al nuevo sucesor del mayor cargo dentro de la Iglesia católica
Papa Francisco.
La muerte del Papa Francisco toca profundamente a los católicos y a muchas otras personas, que vieron en este hombre de talante universal, un líder capaz de conmoverse por los problemas del mundo y de acompañarnos a todos, pero en especial a los migrantes, a las víctimas, a los pobres y marginados.
El legado del Papa está en las palabras sencillas, símbolos y gestos significativos que nos han movilizado desde dentro para salir de nuestros proyectos y ponernos en camino al encuentro de Dios, de la naturaleza, del otro. El mejor homenaje que le podemos rendir es continuar el camino para, desde el lugar de cada uno, contribuir a que nuestro frágil mundo sea un poco más bello y justo.
Este hombre de Dios, que tantas veces nos pidió orar por él, fue abierto y dialogante, al interior de la Iglesia y con muchas otras personas y grupos, con una mirada lúcida y esperanzada sobre la humanidad y el mundo.
No podemos olvidar su visita a Colombia, sus mensajes y sus gestos de cercanía con las víctimas de la guerra, los niños, los pobres y los jóvenes a quienes siempre animó a transformar el mundo con pasión y esperanza. Él creyó en nuestras potencialidades y nos interpeló a buscar caminos para construir un futuro compartido, poniendo en el centro a las víctimas, y recordándonos que la guerra es siempre una derrota.
Escrutando los signos de los tiempos, alzó su voz por el cuidado de la casa común desde la idea de la ecología integral, mostrando que hay una compleja crisis socioambiental, porque “todo está conectado con todo” y no es posible pensar la naturaleza separada de los desafíos de la sociedad.
En una época en la que se edifican muros y no cesan las guerras, nos propuso una visión de la sociedad y de la buena política desde la hospitalidad y el encuentro, respetando la cultura y la sabiduría de los pueblos, con lo que se abren las puertas de un diálogo universal en la búsqueda de un mundo más justo, solidario y fraterno. Este diálogo nos involucra a personas y comunidades, no pertenece solo a unos cuantos líderes, porque todos estamos llamados a ser hermanos.
Las miradas del Papa Francisco no se quedan en diagnósticos, sino que se aventuran a proponer caminos y soluciones. Frente a una cultura de la eficiencia tecnocrática y el descarte, que deshumaniza, el Papa nos propuso un pacto global educativo con el que, poniendo a la persona en el centro, se creen puentes, se formen coreógrafos sociales y se teja un nuevo modelo cultural de humanismo solidario.
El Papa Francisco creyó profundamente en el poder de la educación. Uno de sus sueños fue formar seres humanos para los demás, capaces de escuchar, dialogar, servir y transformar. Nos recordó que educar no es solo instruir, sino transformar el mundo desde la ternura, la justicia y la inclusión. Su llamado a construir una aldea de la educación resonó con fuerza en nuestra Comunidad Javeriana.
El Papa Francisco, siervo bueno y fiel, ha entrado en el gozo de su Señor (Mt.25, 21); nuestro homenaje para él es seguir viviendo con pasión y esperanza, recogiendo su legado y sembrando nuevas semillas de vida.
El Vaticano calcula que más de 250.000 personas asistieron a la ceremonia del Sumo Pontífice, que duró dos horas en la Plaza de San Pedro
El papa de 88 años, que había guiado la Iglesia desde 2013, murió el lunes en sus habitaciones en la casa de huéspedes Santa Marta del Vaticano
Estuvo, además, en 49 ciudades de Italia y se reunió con los líderes políticos más importantes del mundo; no fue a Argentina, España ni Alemania