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Recientemente se han presentado en América Latina situaciones políticas que plantean reflexiones respecto la concepción del autoritarismo y los pocos pasos que le restan a un gobierno para pasar de dicha situación a una concretamente dictatorial (paso previo al totalitarismo). Más grave aún es notar que no se trata de posiciones gubernamentales poco comunes en la región sino que, por el contrario, aparecen cada vez más recurrentes en esta parte del mundo.
Para quien escribe este texto resultó difícil entender a las personas que precisaron a Venezuela como dictadura. Antes que ello, y tomando ventaja de posturas académicas objetivas, se hizo más fácil insistir en una democracia de múltiples imperfecciones y con instituciones afectadas por el Ejecutivo. Así, el análisis en torno a lo que representaba el país caribeño y andino se procuró muy cuidadoso. Incluso, a pesar de la constante alusión en los medios de comunicación al “régimen de Nicolás Maduro”, como si los otros 193 Estados del sistema (ONU) no contaran con un régimen político.
Fruto de esa propaganda gestada desde diversas orillas, gradualmente se catalogó al “régimen de Maduro” de dictadura, y se le hizo el juego a varios actores poderosos (otros regímenes) para intentar afectar el proceso revolucionario gestado en Caracas. Hasta ahí, resultaba difícil asimilar lo que era Venezuela, en términos políticos.
Con las más recientes determinaciones y posiciones del gobierno liderado por Maduro, pero sobre todo, con la insistente excusa de “estar siendo perseguido” desde afuera (la creación del enemigo externo es su constante), hoy no queda duda que la lista de acciones ha rebosado cualquier análisis que impida señalar que Venezuela es un Estado que cuenta con un gobierno autoritario que, sin mucho esfuerzo, labra su camino a convertirse en dictadura. La gota que rebosa la copa es el rapto del opositor ex-teniente coronel Ojeda en Chile. Múltiples fuentes señalan como responsable al Gobierno venezolano. Aunque la lista de acciones adelantadas en contra de las instituciones es supremamente extensa.
El autoritarismo es una voz contemporánea que precisa una forma opresiva (represiva) del ejercicio del poder político, distante, eso sí, del totalitarismo. A partir del modelo sugerido por el pluralismo político estadounidense, dicha voz se amplió hasta comprenderse bajo la lógica lingüística de régimen político autoritario, aduciendo a la tipología del gobernante y sus acciones autoritarias, hasta construir un enfoque estatal sistémico que gira solo en función de dicha persona.
Para el caso venezolano esto no fue tan evidente mientras Hugo Chávez gobernó; tampoco en los primeros años de Nicolás Maduro. Sin embargo, gradualmente se ha llegado a ello. El gobernante pacta compromisos, domésticos e internacionales, que luego rompe unilateralmente con sorprendente facilidad.
En los últimos meses ha querido imponerse a todas las fuerzas políticas, incluso al interior del mismo Psuv (Partido Socialista Unido de Venezuela), ha roto acuerdos y se ha dedicado a perseguir y encarcelar opositores en los sitios que tiene destinados para ello (Helicoide, Ramo Verde, etc.). Hoy es indudable que se está al frente de un Estado autoritario, muy cercano a la dictadura y con pocas posibilidades de reversarse, en tanto las próximas elecciones presidenciales ya se vislumbran cooptadas por el mismo.