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Continuando con los diagnósticos sobre el avance en materia de objetivos de la Agenda 2030, otro de los ámbitos en los que se detiene el análisis es en materia de biodiversidad. Como es sabido, aunque el deterioro ambiental en el mundo es generalizado, Colombia sigue manteniéndose como el segundo país más biodiverso del mundo. Es una posición merecida que se disputa con otros territorios megadiversos, pero que en ambas listas resalta por su diversidad natural.
No es difícil trazarse la meta de hacer de Colombia una potencia mundial de la vida, en tanto su riqueza natural así lo permite. Infortunadamente, la sumatoria de aspectos sociales y problemáticas estructurales que envuelve a su población la deja mal librada, y le obliga a desprenderse de su conciencia ambiental, afectando diversos escenarios naturales que hoy ponen al país en jaque frente a los retos que aceptó el Estado desde 2015. El ser humano se convirtió en el peor depredador de esos emblemáticos y únicos escenarios naturales que han puesto a Colombia en la posición que ocupa.
Una mirada amplía al respecto permite entender que la población mundial está enfrentando una situación crítica en la que tres fenómenos son convergentes y se convirtieron en un riesgo inminente contra la supervivencia de la humanidad en el planeta en un periodo de tiempo no tan lejano. Al coincidir el cambio climático, la contaminación ambiental (con todos los efectos conocidos) y la pérdida acelerada de biodiversidad, la humanidad ingresó en un tiempo de incertidumbre frente a su propia existencia.
Lo ha expresado Naciones Unidas en sus múltiples informes. Para alcanzar un equilibrio, pero sobre todo para “proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres”, se requiere de un cambio fundamental en la relación entre la humanidad y la naturaleza. No puede mantenerse la tendencia extractiva y demoledora que caracterizó a las sociedades industriales del siglo anterior y lo transcurrido de este.
Con la degradación forestal en su punto más alto, mostrando cómo en este siglo se perdieron alrededor de cien millones de hectáreas de superficie forestal neta (Según la ONU), en realidad lo que más debe preocupar en el planeta es la degradación de los suelos. El más reciente reporte publicado por la Organización, en lo que atañe al tema medioambiental, planteó la cifra de unas 500 millones de hectáreas de tierras sanas y productivas degradadas entre 2015 y 2020. Mientras señala que de mantenerse “las tendencias actuales, será necesario restaurar 1.500 millones de hectáreas de tierra de aquí a 2030 para lograr un mundo con un saldo neutro de degradación de tierras” para ese año. Es un panorama crítico, además, porque con cada hectárea de tierra destruida se arrasa directamente con todo su ecosistema natural.
Para el caso nacional, es necesario reforzar los programas y las medidas para detener este nefasto ejercicio. Se ha propuesto lograr que Colombia se convierta en potencia de la vida, pero podría apuntársele a mucho más que eso. Colombia no es un potencial de vida, es la vida misma. Sus ecosistemas, muchos de ellos únicos en el mundo, deben ser preservados a toda costa con objeto de mantenerse altiva y firme como unas de las naciones más megadiversas, en beneficio de sus pobladores, como debe ser.