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El fin de semana se habló de la conmemoración de los 200 años de bilateralidad formal entre Colombia y Estados Unidos. Incluso, a partir de los resultados de la jornada electoral del pasado 29 de mayo, el tema de pensar en quien será la cabeza del poder ejecutivo en Colombia empezó a incluirse en las conversaciones de diferentes sectores del país del norte, donde poco se consideró que, por ejemplo, Gustavo Petro pudiese llegar a ser quien ocupara la Casa de Nariño en los años por venir.
Referirse a los 200 años de historia entre las dos naciones involucra una serie de hitos y momentos históricos que podrían ocupar volúmenes de trabajos de carácter político, académico, crítico, analítico y demás. El reconocimiento de Colombia como nación decimonónica novedosa marcó el inicio de una particular relación que, por más divergencias que se puedan exponer, es de lejos la más duradera y sólida de las relaciones políticas tejidas por Colombia a lo largo de su historia. En ello varios factores tienen incidencia, pero resulta fundamental la identificación entre las élites nacionales y los principios políticos sobre los que emergió Estados Unidos, el papel de los actores económicos y, hay que anotarlo, la subordinación nacional frente a lo que Washington sugiere.
En esa relación de vieja data, quizá solo un episodio de claro distanciamiento se tuvo con Estados Unidos, y tuvo que ver con la separación de Panamá. Ello, y a pesar de no haber generado profundas diferencias, dada la baja importancia que para los gobiernos colombianos de la época tuvo Panamá, puede ser considerado el momento de mayor tensión en el diálogo que estas dos naciones han desarrollado.
De hecho, durante la Guerra Fría fue muy particular ver cómo el papel de Colombia en el denominado Movimiento de los No Alineados contrastó con la lealtad frente a Washington para mantener a raya a todos los actores políticos, internos y externos, que se interesaron por coquetearle a Moscú y a cualquier asomo de socialismo que se evidenciara en América Latina. Hubo tal compromiso, que fue precisamente eso lo que motivó que en este país suramericano las guerrillas se hicieran más fuertes que en cualquier otro rincón del hemisferio occidental.
Y ello se conectó de manera perfecta con mayores dosis de obediencia frente a lo que fue la implementación de los Programas de Ajuste Estructural, sugeridos por las instituciones financieras con sede en Washington, en los años 90. Ellos, combinados con el amplío programa de democratización regional, ubicaron a Colombia de nuevo como ficha clave para ejercer control geopolítico en la región. Al punto que la Guerra Contra el Terror, librada en latitudes tan lejanas como Irak y Afganistán, puso al país a tomar parte en favor de Washington. Todo eso que se ha vivido en la relación bilateral, afianzado por los acuerdos de diferente tipo, pero sobre todo con el TLC en medio del diálogo económico y el Plan Colombia como patente de corso para que los estadounidenses encuentren en el país un aliado irresistible, ha llevado a que hoy se conmemore un diálogo de largo aliento.
Actualmente emerge el tema político coyuntural, que se podría convertir en otro de los grandes hitos en las relaciones bilaterales. Hasta hace dos semanas en Washington no se contempló que Colombia tuviera tan cerca la posibilidad de un gobernante socialista en la presidencia. Igual que acá, allá se habla del desprestigio de la izquierda en el país, de la poca credibilidad que arroja y de la afectación a los intereses estadounidenses en caso de lograrse. Se conversa sobre la inminente posibilidad de un alejamiento de Bogotá de la esfera de influencia estadounidense. Ahora que se ve como una opción, analizan la manera como un eventual gobierno de Petro manejará las relaciones políticas con Washington. Lo que sí está claro es que no podrá desestimar a ese aliado de 200 años de tradición.