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Finalmente, la semana pasada se demostró que, cuando se superan los extremismos ideológicos y se impone el pragmatismo sobre los fanatismos y prejuicios, se hace mucho más fácil sacar adelante conversaciones entre actores divergentes que, por más que se insista desde algunos sectores en desvirtuarlo, pueden alcanzar algunas convergencias en favor del diálogo y los procesos de integración y cooperación en América Latina.
Son diversos y numerosos los actores que insisten en fragmentar a la región en dos sectores extremos. Hacen referencia a unas fuerzas opuestas irreconciliables que catalogan de derecha e izquierda, esforzándose en que se use el adjetivo “extrema”. Sin embargo, los presidentes de Colombia y Perú, Iván Duque y Pedro Castillo, sin haber superado sus notorias y profundas diferencias, acordaron conversar para tener, por lo menos, lo básico que gobiernos hermanos pueden alcanzar: el diálogo.
En desarrollo de las actividades del VI Gabinete Binacional Colombia-Perú, y teniendo como trasfondo la celebración del bicentenario del nacimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos Estados (conmemoración que se precisa para el 6 de julio), ambos mandatarios se mostraron complacidos con el encuentro y propiciaron una jornada conjunta que hacía tiempo no se había dado en el país, fundamentalmente por la pandemia, pero también por las constantes diferencias entre gobiernos y la crisis institucional a la que se vio sumida a la política peruana durante los últimos años.
Por supuesto que este que se cita es un encuentro sobre el que hay cosas para destacar y que bien vale la pena analizar en estas líneas. En primer lugar, es menester resaltar lo elemental del ejercicio. Se encontraron en Colombia dos líderes que diversos actores y sectores han querido encasillar como naturalmente opuestos. En suma, la bilateralidad entre ambas naciones viene siendo medida, en materia política, como una relación entrampada en las ideologías y prácticas de “extrema derecha” y “extrema izquierda”. Así, resultó de la mayor trascendencia que antes de lo esperado se vieran reunidos a los presidentes y que, además, se les viera tan cómodos dialogando.
De otro lado, reactivar el tema de los gabinetes binacionales debe ser considerado como algo de la mayor importancia. Como se sabe, en estas reuniones se trata una agenda amplia de temas que atañen a las dos naciones. Desde los temas álgidos de la gobernanza doméstica y regional, hasta los más delicados asuntos de seguridad y defensa, pasando por lo ambiental, económico y migratorio, entre otros aspectos no menos importantes. El inventario de reuniones está reseñado con encuentros desde 2014 en Iquitos, siguiendo con los trabajos conjuntos en Medellín (2015), Arequipa (2017), Cartagena (2018) y Pucallpa (2019). Este 2022 la reunión se llevó a cabo en Villa de Leyva, lugar propicio como hermoso escenario para estrechar lazos diplomáticos.
Además de la nutrida agenda de conversaciones, un punto a tener en cuenta es que, de acuerdo con la ONU, Colombia y Perú se han consolidado como los dos territorios de mayor producción de coca en el planeta. Este aspecto se convierte en otra de las razones fundamentales para que el diálogo, no sólo entre mandatarios, sino entre representantes de alto nivel, sea fluido y se logre concretar.
Al final del día, de este tipo de ejercicios pueden emanar interesantes y oportunas políticas públicas con impacto positivo en las sociedades de ambas naciones. En las dos últimas décadas estos dos gobiernos han logrado mayor afinidad, incluso, que la que caracterizó en el pasado a la relación colombo-venezolana. De ahí que, tanto el VI Gabinete, como los demás encuentros que se desprendan de él, deberán ser entendidos bajo la lógica de una relación bilateral consolidada y con buena prospectiva. Bien por Duque y Castillo, que ahora lucen sintonizados.